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Un encuentro que cambia la vida



Un encuentro que cambia la vida

 

Hoy comienza el tiempo de cuaresma, cuarenta días para que Dios actué en nuestros corazones endurecidos, cambie nuestro corazón de piedra por uno de carne, cuarenta días que nos separan del triduo Pascual, cuarenta días que nos guían a la Pascua.

Imaginemos un gran acontecimiento en la vida humana, como una boda, un nacimiento, el finalizar una carrera universitaria, todo ello requiere tiempo de preparación, tiempo y dedicación para que llegue el gran día. Así también la Iglesia, en su gran pedagogía, nos brinda a todos los cristianos un tiempo específico para preparar la tierra, para arar, para remover, para vaciar y para preparar el alma para el gran acontecimiento, el día de la Resurrección, la Pascua, pero no nos adelantemos, ahora es un tiempo de mirar nuestro interior.


¿Tiempo de oración, ayuno y limosna?

Hoy, Dios nos pide mucho más, nos pide un verdadero cambio de mentalidad, nos pide Metanoia, un cambio que vaya “más allá” no sólo un cambio por unas horas, sino que perdure en el tiempo, un cambio profundo en la persona, que incida en nuestros comportamientos y nuestra vida, nos pide experimentar en nuestra propia carne su amor, ¿estamos dispuesto a hacerlo? O quizás responderemos al llamado como el Joven Rico del Evangelio: “El hombre le contestó: «Maestro, todo eso lo he practicado desde muy joven. Jesús fijó su mirada en él, le tomó cariño y le dijo: Sólo te falta una cosa: vete, vende todo lo que tienes y reparte el dinero entre los pobres, y tendrás un tesoro en el Cielo. Después, ven y sígueme. Al oír esto se desanimó totalmente, pues era un hombre muy rico, y se fue triste.”[1]

En este día de cenizas, Dios nos dice una vez más, deja todo, VEN y SÍGUME, no podemos responder tibiamente, es un llamado radical, los tiempos de ahora requiere hombres y mujeres que vivan cada día la Fe, la Esperanza y Caridad, en resumen, que vivan el Amor que es la buena noticia de Dios, que es posible vivir el Amor aquí y ahora para juntos vivir el Reino de Dios.

Los tres signos que marcan este tiempo litúrgico es: la Oración, Ayuno y limosna. Pero, ¿desde donde nacen estos signos?, si lo hacemos como algo rutinario porque “siempre se hizo así”, entonces la oración se convierte sólo en monólogo, quizás en una oración al estilo de los fariseos, una oración que no contagia ni da vida. El ayuno se convierte en una “dieta”, que sólo queda en unas cuantas fotos para las redes sociales y un tiempo de dieta que no cae mal muchas veces; y de la limosna, ni hablar.

Aquí te brindo unas pautas para que este tiempo sea verdaderamente un encuentro profundo con aquel que es Amor y desde ese amor podamos vivir la oración, el ayuno y la limosna.


Oración, un encuentro con “alguien”

De pequeños, cuando la profesora pedía que realicemos un dibujo, y nosotros esbozábamos un pequeño garabato era un gran triunfo y nos aplaudían y felicitaban, pero mientras crecimos debíamos mejorar nuestros trazos, nuestras líneas y nuestros conocimientos. Podemos comparar un poco esta imagen con la del creyente, el laico, la persona creyente, que aún es pequeño en la fe, que quizás esta consumido por las actividades diarias, antes de salir de casa se persigna, reza un padrenuestro y encomienda toda su jornada a su Creador y sale a trabajar, quizás recuerda en su día en algún momento a Dios, mira al cielo y dice gracias. Seguro que Dios Padre acoge esos pequeños gestos con amor, con agradecimiento y cuida y arropa a ese pequeño, porque sabe que es lo que por ahora él puede dar, porque conoce el corazón del hombre.

Pero, como dice el evangelio: “Al que se le ha dado mucho, se le exigirá mucho; y cuanto más se le haya confiado, tanto más se le pedirá cuentas.”[2], a nosotros, que ya vamos crecidos en la fe, no podemos conformarnos con aquellos momentos, pensado, “no tengo tiempo”, porque cuando uno verdaderamente quiere se da el tiempo para aquel encuentro.

Como nos dice el catecismo de la Iglesia Católica, “La oración vocal es la oración por excelencia de las multitudes por ser exterior y tan plenamente humana. Pero incluso la más interior de las oraciones no podría prescindir de la oración vocal. La oración se hace interior en la medida en que tomamos conciencia de Aquél “a quien hablamos” (Santa Teresa de Jesús, Camino de perfección, 26). Por ello la oración vocal se convierte en una primera forma de oración contemplativa.”[3], que es mas que rezar un padre nuestro, sino sentir y padecer cada palabra de esta oración, es no sólo repetir el ave María en el rosario pensando en lo que debemos hacer en el día o renegando por el tráfico de la ciudad, sino es hacerlo con todos nuestros sentidos, sabiendo a quién nos dirigimos, sabiendo que no es algo que hacemos, sino que estamos hablando con “alguien” que para nosotros es nuestro Padre, toda oración vocal nos debe llevar al encuentro con aquel que nos ama y a hacernos sentir amados, es poder degustar y palpar cada palabra pronunciada en la oración, en saberme implicada en cada palpitar del corazón.



Un sueño compartido

Dando pasos en ese encuentro, podemos hablar sobre la meditación, como búsqueda de la voluntad de Dios en nuestra vida, lo que llamamos “Vocación”, que no comienza con el llamado sino que comienza con el Sueño que Dios tiene para nosotros, “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones.[4], luego de esto viene el llamado, y nuestra respuesta libre para esta voluntad Divina, la oración de meditación es la búsqueda de esto, es lo que nos dice la Iglesia en su catecismo: “La meditación es, sobre todo, una búsqueda. El espíritu trata de comprender el porqué y el cómo de la vida cristiana para adherirse y responder a lo que el Señor pide. Hace falta una atención difícil de encauzar. Habitualmente se hace con la ayuda de algún libro, que a los cristianos no les faltan: las sagradas Escrituras, especialmente el Evangelio, las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, escritos de los Padres espirituales, obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia, la página del “hoy” de Dios.”[5], la meditación es acética, requiere de nuestro quehacer, es necesario un espacio, un tiempo determinado, un ambiente, el realizar meditación es poner nuestra vida a la luz divina, donde permitimos que Dios muestre lo que Él tiene preparado para nosotros, allí tenemos la libertad de tomar la decisión de aceptar y avanzar en el camino que nos muestra, pero también hay el riesgo de que dicha oración se convierta sólo en monologo interno, que no dejemos hablar a Dios, estamos muy expuestos al autoengaño, se debe discernir y buscar ayuda si es necesario con el guía espiritual.


“No estamos huecas por dentro

La búsqueda en nuestro interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe:  Dios nos inhabita, somos "templos del Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16).

“Entra", dice Santa Teresa, porque tienes "al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa ... no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí ... Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios".[6]

La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que nos encontramos con Dios que habita en nuestro interior.  Ya no se razona acerca de Dios, no se piensa ni se medita en Él, sino que nos quedamos a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en nuestra alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad, va actuando en nuestra alma en el silencio y quizás al principio no lo sintamos, no lo notemos, ni siquiera los demás noten nada, pero está la obra actuando en nuestro interior, nos está transformando el alma, está la gracia divina actuando, esto es el don que nos da Dios, y por ello no es posible lograrlo a base de técnicas, ni recetas preconcebidas.

Es puro don de Dios, ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, El lo da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.

Dios es libérrimo y se deleita en nuestro interior en cada encuentro:  un día puede darnos un regalo de contemplación y al día siguiente podemos sentir la oración totalmente insípida.  Dios es el imprevisible por naturaleza:  no podemos prever lo que nos va a dar.  Casi siempre nos sorprende, es un encuentro entre dos amigos, entre dos enamorados, como nos dicen nuestros santos del Carmelo.


Vayamos mar adentro

Para poder ir más allá, cruzar a la otra orilla, poder salir de nuestra zona de confort y responder al llamado del Señor con alegría y entusiasmo, deberemos dejar de nadar en la superficie y adentrarnos en lo profundo, sumergirnos en las aguas caudalosas, tener espíritu de mineros, de excavar en nuestro interior, permitir que Dios re-cree nuestra alma, nuestro interior; Santa Teresa define esta oración mental como más profunda y eminentemente como encuentro: “No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida, 8).

La contemplación busca al “amado de mi alma” (Ct 1, 7; cf Ct 3, 1-4). Esto es, a Jesús y en Él, al Padre. Es buscado porque desearlo es siempre el comienzo del amor, y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él. En la contemplación se puede también meditar, pero la mirada está centrada en el Señor.”[7]

“La elección del tiempo y de la duración de la oración contemplativa depende de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independientemente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe.”[8]

La contemplación es separar un tiempo diariamente para adentrarnos, silenciarnos y escuchar al Dios que nos habita, para confrontar nuestro quehacer, nuestro creer, también nuestro amar, con aquel que es luz, que iluminará nuestra oscuridad, seguro en muchos momentos nos mostrará lo que nosotros no queremos ver, y nos frustraremos, y nos enojaremos, pero aquel jardín interior necesita ser podado no sólo de nuestro actuar consciente, sino también de nuestros sentimientos, de nuestras reacciones inmediatas, no calculadas, nos mostrará nuestras faltas de amor, de comprensión, en pocas palabras nos enseñara en el silencio el amar, el amor que Él nos tiene y como debemos transparentar nosotros ese amor a los demás, pero quizás otros días no nos dirá nada, habrá silencio, y en ese silencio sabremos como en el Evangelio que Jesús duerme, y debemos acompañarlo en la barca, mientras Él duerme, todo ello transcurre en el silencio, en la contemplación, Dios hace su obra, nos da su gracia, como Él quiere y de la forma que quiere, es verdaderamente un misterio aquel encuentro.



Te llevaré al desierto y te hablaré al corazón

Buscar a Dios en la oración de silencio depende del orante.   Recibir el don de la contemplación depende de Dios.   Dice Sta. Teresa:  "Es ya cosa sobrenatural ... que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos".[9]

Pero, ¿cómo podemos medir o saber si estamos realizando verdaderamente oración? La Sagrada Escritura nos responde: “Ustedes los reconocerán por sus frutos.”[10]

Porque la oración, la verdadera oración no nos deja quietos, es la experiencia de sabernos amados, nos infunde su Espíritu, que no se mueve en nuestro interior, que revolotea, y desde aquel corazón inflamado de amor nacen las obras, nace el ayuno, la limosna, nace el cambio y la transformación que nos pide este tiempo de cuaresma.

El fruto verdadero de la oración tanto vocal, mental o contemplativa es:

·        Descubrir cada día la Voluntad de Dios para nuestra vida.

·        Hacernos dóciles a la Voluntad de Dios.

·        Unir nuestras voluntades, llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra vida:  nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la “unión de voluntades” de que habla Santa Teresa.

Una vez haya la experiencia de Dios en nuestra vida, donde nos sabemos habitados y amados, podemos salir a la vida a amar, como dice San Agustín, “Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor, si perdonas, perdonarás con amor.” Sólo desde el encuentro, desde la experiencia de Dios podremos cambiar el mundo por amor y Dios mismo nos capacita a amar como Él ama.

Ojala podamos avanzar por este itinerario de amor, ojala esta cuaresma no sea una cuaresma mas de hacer lo que nos piden o lo que se hace siempre, sino de amar, de encontrarnos con nuestro amado, de salir verdaderamente al mundo a amar y que se prolongue no sólo por cuarenta días, sino que impregne toda nuestra vida y se mantenga, para que podamos ser adultos en la fe, para que sin importar nuestra edad cronológica, podamos ser otros Cristo en el mundo, derrochando fe donde abunda el agnosticismo, donde sólo lo que se ve y se toca, lo que asombra nuestros sentidos tiene valor, en un mundo que se desangra de desesperanza, de pesimismo, de dolor, donde el inmediatismo nos desborda y nos consume poco a poco, donde no se avizora soluciones, donde salen cada día nuevas formas apocalípticas del fin del mundo, seamos la luz que este mundo necesita, la sal que de sabor a la vida y el camino que lleve a todos hasta el encuentro con el amado. Vivamos el amor cada día no por nuestras propias fuerzas o decisión, sino por el desborde de amor que sentimos en el corazón al sabernos amados infinitamente por aquel que nos habita.


[1] Mc 10:19:22

[2] Lc 12:48b

[3] Catesismo de la Iglesia Católica 2704

[4] Jr 1:5

[5] Catesismo de la Iglesia Catolica 2705

 

[6] Camino de Perfección 28.3

[7] Catecismo de la Iglesia Católica 2709

[8] Catecismo de la Iglesia Católica 2710

[9] Camino de Perfección 31.2

[10] Mt 7:16

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