El 14 de diciembre de 1591, después de la media noche, un hombre santo que solo había necesitado para llegar a las altas cumbres, cuarenta y nueve años de recorrido en esta tierra, daba el salto desde su lecho de enfermo, nada menos que para ir a cantar maitines al cielo. Esto ocurrió en Úbeda, entre los ríos Guadalquivir y Guadalimar, provincia de Jaén, España. El "santico Fray Juan", como le llamaba Teresa de Jesús, pide que le lean los versos del Cantar de los Cantares, gastó los últimos minutos de su vida en saborear los dichos de amor del Amado con su Amada.
Toda su obra: Subida del Monte Carmelo, Noche oscura, Cántico Espiritual, Llama de amor viva, Dichos de luz y amor, las Cautelas y tantos otros poemas, todo, está impregnado del amor entre el alma y su Dios.
Agradeciendo al Señor en este día, cuatrocientos treinta y un años de su partida de este mundo, nos vamos a centrar en una reflexión sobre la Noche Oscura, un poema y su comentario, que tiene una conexión con su experiencia en la cárcel toledana durante casi nueve meses de su vida.
A oscuras y segura
En la noche cerrada, preñada de desprecio e injusticia, san Juan de la Cruz caminó junto con el Amado, y en Él descansó. El "Santo de las Nadas" (ahora mejor entendido como el santo "del Todo") evidenció que Dios no está sujeto a nada. Él se encontraba preso pero su alma estaba elevada a Dios; vivía el alto vuelo del Espíritu.
En la noche de la vida, lo natural del ser humano es encerrarse en el propio dolor y el rencor, perderse entre temores o vacilaciones; pero san Juan de la Cruz elevó su alma, voló libre, por eso alabó al Amor con las notas poéticas más hermosas de la lengua española, según entendidos en la materia, entre ellos Dámaso Alonso lo describe como "el más alto poeta de España."[1]
Algunos detalles Biográficos.
Juan de Yepes nació en 1542 en Fontiveros (Ávila) en medio de una extrema pobreza. Huérfano de padre muy pronto, vivió de la beneficencia durante su infancia, pero pudo recibir la formación de los jesuitas de Medina del Campo.
Al acabar sus estudios, decidió entrar al convento de los carmelitas de Medina, con el nombre de Juan de Santo Matías. Apenas 100 años antes, la regla de los carmelitas había sido mitigada por el papa Eugenio IV, se levantó el ayuno riguroso y el silencio, pero cuando Juan entró en el convento, solicitó permiso para vivir la regla de los primeros eremitas del Monte Carmelo.
En 1564 comenzó a estudiar en la Universidad de Salamanca y tres años después fue ordenado sacerdote. Juan de Santo Matías es un buscador incansable de Dios y el silencio, por eso se planteó entrar en la Cartuja por la rigurosidad de los monjes en la forma de vivir el carisma. Pero en el otoño de 1567 tuvo lugar un encuentro decisivo con Teresa de Cepeda y Ahumada, futura santa Teresa de Jesús, que había llegado a la ciudad para fundar una nueva sede de su «Reforma Carmelita», los llamados carmelitas descalzos. Teresa convence a Juan y lo une a su causa para ayudarla en la reforma de la orden carmelita en la rama masculina.
Fray Juan siguió los pasos de santa Teresa y el 28 de noviembre de 1568 fundó, en Duruelo (Ávila), el primer convento masculino carmelita según la regla primitiva de san Alberto; durante la ceremonia cambia su nombre por el de Juan de la Cruz.
Lo que siguió fueron varios años de sufrimientos por las resistencias de los carmelitas calzados a esa nueva forma instaurada por quienes solo deseaban ser fieles a la regla primitiva de la Orden: Teresa de Jesús y Juan de la Cruz. En este contexto se sitúa el episodio de su encarcelamiento en Toledo.
Ocho meses después, logró escapar para retomar el empuje en la reforma del Carmelo. Sin embargo, sus últimos años estuvieron marcados por la incomprensión de los suyos, quienes lo enviaron como un simple fraile a un convento remoto, alejándolo de cualquier responsabilidad de la nueva rama carmelitana.
Finalmente, enfermo y abandonado por todos, el 14 de diciembre de 1591 murió en Úbeda aquel que un día pidió al Señor «padecer y ser despreciado por Vos» (oración: Ayúdame a llevar mis cruces). Un testigo de su muerte escribió que «quedó su rostro muy sereno, hermoso y alegre que parecía estaba durmiendo, causando gozo y alegría».
Una carta actualizada
Era el 3 de diciembre de 1577, estando en Toledo, la noche fue cómplice del forcejeo y la aprensión de mi persona. Fui conducido a la fuerza al convento de los carmelitas calzados. Me vendaron los ojos, en ese lugar pasé ocho meses que serían el tabor en mi vida. En el amor Dios transfiguró mi sufrimiento en amor. Allí, en una celda de 2,70 por 1,60 metros, sin ventana, con dos mantas viejas y un banco por todo mobiliario, a pan y agua dos veces al día, ayuno obligatorio tres veces por semana, azotado regularmente hasta que se abriese mi carne, con la ayuda de mi segundo carcelero, que me facilito unas hojas y tinta, con la inspiración divina escribí mis humildes letras.
Juan de la Cruz
La Noche Oscura
Entrar en la noche llena a todos de temor, de miedo, porque es oscuridad, es terror, es NOCHE. Entonces qué dijéramos de esta Noche que es “Amarga y terrible” para el sentido, según declara su autor, ¿y “horrenda y espantable” para el espíritu?[2]. Sin embargo, las canciones de la Noche Oscura son reconfortantemente deliciosas:
"En la noche dichosa
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía,
sino la que en el corazón ardía,
¡Oh noche que guiaste,
oh noche, más amable que el alborada,
oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!"
La vida es noche oscura, es el comienzo de la vida, no la que conocemos aquí y ahora, sino una vida que ya está aquí, pero todavía no, la vida del Reino de Dios. Es el inicio de una aventura fascinante, una aventura que sólo acontece de noche, sin luces, en el peligro que acecha en la oscuridad. Pero esa aventura nace con ansias, con inflamación de amor. ¡Qué felicidad hay dentro del alma que ama y se sabe amada por el que es Amor infinito!
Es el deshacerse de la vida tal como la conocemos y dejarse hacer a la nueva vida; Dios mismo poda el jardín de cada uno; y es un doloroso trabajo pero, a la vez, gozosa y reconfortante unión, "que a vida eterna sabe".
La noche, es la unión del alma con Dios, es la unión que goza en su presencia, podríamos decir hoy, es nuestra realidad elevada a Dios, nuestras miserias y oscuridades presentadas a la luz eterna que como la luna en la noche nos lleva de la mano a oscuras.
Nadie podrá explicar lo que siente el alma, no hay palabras que lo expresen, aun los que lo hayan experimentado, como nos advierte San Juan de la Cruz "ni basta ciencia humana para saberlo entender, ni experiencia para saberlo decir. Digo experiencia para saberlo decir, porque sólo el que por ello pasa lo sabrá sentir, más no decir"[3].
Pero, ¿por qué es noche?
Por tres causas podemos decir que se llama noche este camino de unión que hace el alma hasta Dios o mejor dicho el encuentro de Dios con nuestra alma, es un baile de enamorados.
La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito, del gusto de todas las cosas del mundo, la cual carencia es como noche, para todos los apetitos y sentidos del hombre.
La segunda, por parte del camino por donde ha de ir el alma a esta unión, el cual es la Fe, que es también oscura para el entendimiento como la noche.
La tercera de parte del término a donde va, que es Dios, el cual, por ser incomprensible, se puede decir también oscura noche para el alma, en esta vida, las cuales tres noches han de pasar por el alma o por mejor decir, ella por ellas para venir a la divina unión con Dios[4].
No son tres noches, sino tres fases de una sola noche, parecidas a las tres fases de nuestras noches, la que empieza en el instante del crepúsculo: es el paso del día, de la comodidad de nuestro ser, para salir de ese estado; es el poner todo nuestro ser en perspectiva divina, un paso consciente de liberarse del gusto por las cosas, es ir oscureciendo poco a poco el mundo como cuando comienza a nacer la noche, es desasirnos y "vaciar" nuestra casa, hacer espacios, dar a cada cosa su justo valor.
La media noche, que es oscuridad total, es donde la noche está más espesa, no se puede distinguir a un paso de distancia, todos los sentidos deben apagarse porque pueden equivocarse al tratar de ver, y por más que se trate de forzar no logran ver nada; es morir a todo lo que el mundo desea darte. Esto lo puedo relacionar como cuando estás ahogado en muchos problemas, o enfermedades, como cuando no logras ver más que oscuridad en tu vida y puedes: dar el siguiente paso, que es un salto de fe o quedarte en tu lugar a oscuras, llorando. Es la Fe puesta en práctica, saberse abandonado completamente en Dios y en Él comenzar a vivir.
La tercera y última fase de la noche es aquella en que las sombras empiezan a replegarse paulatinamente ante la iniciación sosegada del amanecer. El alma va aproximándose a Dios, pero ha de tener ya la negación absoluta de los gustos en todas las cosas, porque las aficiones a las criaturas ante él, que es luz, aparecen como sombras. Es el sosiego del alma que llega con Dios, con su presencia, es el abajarse de Dios hasta el hombre que se ha "vaciado" de todo lo que es el mundo, y se deja guiar por él.
¡El alma sale al encuentro!
Sale a hurtadillas el alma al encuentro, sin ser notada, “salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada.”[5] No es algo que nosotros provocamos, por nuestras propias fuerzas, sino un hacer de Dios en silencio en nosotros, es un hacer con solo la predisposición de mi ser para dejarme hacer. El alma sale y se encuentra con quien la ama. Ese encuentro a oscuras deja sosiego y calma. Deja paz y esperanza, deja vida y amor.
Entonces, está el camino trazado y, aunque no se ve el final, se sabe acompañado. Porque a oscuras es el camino que se debe transitar, a oscuras porque no logras comprender con tus ojos miopes lo que acontece en tu vida, pero el alma está segura en sus manos, en su regazo, en la noche del dolor. Es lo que permite transformar la enfermedad en esperanza, la guerra en cuna de amor y el hambre en nacimientos de buenos samaritanos.
¡Qué dichosa ventura es que Dios convierta tus aflicciones en gracia, en compañía, en paz! Y es que, solo el amor puede transformar una NOCHE oscura en DICHOSA:
En la noche dichosa en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía.[6]
Porque sólo desde el amor puedes transformar la enfermedad en gracia, el dolor en esperanzas y la muerte en Vida, es el saber que hay más que dolor, es ver la cruz que revela la Resurrección.
Pero el bien, no hace ruido; la transformación de la que se habla está pasando en el secreto del alma, es el baile del alma enamorada que está junto con su bien Amado. Ya el camino está andado. Por fin, llega a la presencia del Amado y lo eclipsa tanto que no mira ya otra cosa, ya todo desaparece y solo quedan el alma enamorada y el Amado del alma. Y es que el camino es largo y la única brújula es el corazón que late y ama. Aquí se puede explicar la vida de tantos misioneros, que gastan su vida por la misión, por el amor; se entregan sin reservas, por gastar su vida y cuidar al Amor en el hermano. Es lo que el corazón te inspira, que hagas todo el bien que puedas.
Es así como el alma enamorada es humilde y mansa, se deja guiar, se deja hacer, como barro en la mesa del alfarero, se deja moldear. Y en la vida está la guía, en las noches de dolor, de miedo y frustración aparece si sabes escuchar la brisa suave, la música del silencio, y en ese silencio una luz que guía, y cuando la ves, sabes que ella disipa la noche y transforma el dolor en mediodía. Y bajo el árbol a la sombra amable te esperaba; es el encuentro con quien muchas veces buscaste pero ahora por iniciativa suya te encuentra. Y es el encuentro que acalla toda la multitud y quedan solos ambos, contemplándose y amando cada instante del encuentro.
Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía. [7]
Y llega la transformación del alma, que ya no está entretenida con nada de deleites terrenales sino solo en el Amar se ocupa; el alma que ya se sabe amada, se transforma, florece, muere a su antigua vida y nace a la nueva del espíritu. Es vivir el Reino aquí y ahora. Y en su nueva vida es enviada a Amar a los demás con el mismo amor que es amada.
San Juan de la Cruz, un poeta con hondura, enamorado y abandonado en el Amor, nos hace hoy la invitación de vivir adentrados en la noche profunda y dejarnos hacer por Dios, que ama con locura a su creación. Vayamos juntos a ser transformados por el Amor.
Recordemos
Un punto importante es recordar la visualización que san Juan de la Cruz tiene sobre la noche, que no es falta de luz, sino exceso de luz, de Dios, exceso de gracia que encandila, que ciega y deja en noche a la persona. Es la conversión de Pablo de Tarso, “Iba de camino, y ya estaba cerca de Damasco, cuando a eso de mediodía se produjo un relámpago y me envolvió de repente una luz muy brillante que venía del cielo.” (Hch 22:6), una luz que envolvió todo y lo cubrió por completo de tal nitidez que cegó su ser. “El resplandor de aquella luz me dejó ciego, y entré en Damasco llevado de la mano por mis compañeros.” (Hch 22:11), es dejarse guiar a oscuras por el Amor, liberándose de todo lo que es seguridad, de nuestra zona de confort, y salir al encuentro de aquel que sale a nuestros pasos, de aquel que encandila nuestras vidas, para dejarnos día a día en Noche.
¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada:
oh noche que juntaste
Amado con Amada,
Amada en el Amado transformada![8]
[1]La poesía lírica española, Labor 1937 [2]Noche oscura del sentido, cap. VIII. [3]Prólogo a la Subida del Monte Carmelo. [4]Ibid. Libro I, cap. 2. [5]Poema “La noche Oscura del Alma” San Juan de la Cruz [6]Poema “La noche Oscura del Alma” San Juan de la Cruz [7]Poema “La noche Oscura del Alma” San Juan de la Cruz [8]Poema “La noche Oscura del Alma” San Juan de la Cruz