“En estos tiempos que son menester amigos fuertes de Dios” (V 15,5), como lo experimentó Santa Teresa de Jesús, la Iglesia nos presenta hoy la memoria litúrgica de tres hermanos, Marta, María y Lázaro, para evocarnos el verdadero sentido de la amistad y la dinámica que esta suscita en el encuentro con Cristo.
Un encuentro que se realiza en la familiaridad del hogar, donde el corazón se dispone para la acogida y el descanso; para compartir la mesa y el banquete de la Palabra y dar vida a la confianza y a la esperanza en medio de las vicisitudes de cada día y de las diferencias naturales del ser humano.
Por eso, que la fiesta que hoy celebramos anteceda al Día Internacional de la Amistad, instituido por la ONU un 30 de julio de 2011, “en honor a ese sentimiento desinteresado que es capaz de unir a personas muy diferentes, romper fronteras y tender lazos de amistad”, es para mí una providente razón que impulsa a seguir entrando con profundidad en la experiencia relacional del Amigo Jesús con los hermanos de Betania y reflexionar también sobre nuestra forma de ser amigos en el mundo, pero, en este caso particular, con sabor a Evangelio.
En Betania: la Vid y dos sarmientos
El evangelista San Lucas es el primero en invitarnos a contemplar el encuentro de Jesús con Marta y María: ha llegado el Amigo, que va de camino a Jerusalén, buscando un lugar dónde poder reclinar la cabeza. Lo hace en la intimidad que conoce y en la que se deleita. Busca a quienes les ha compartido la vida, su afecto, la alegría, sus enseñanzas. Dos hermanas tan distintas en su actuar como en el amar y en el servir:
“… una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía una hermana llamada María, que se sentó a los pies del Señor y se quedó escuchando su palabra. Mientras tanto Marta estaba absorbida por los muchos quehaceres de la casa” (Lc 10, 38 – 40).
A partir de aquí, con el desparpajo de saberse cercana, se levanta el reclamo de Marta a Jesús y se pone a la defensiva no solo porque su hermana no le ayuda, sino porque el Maestro parece indiferente a la actitud de su discípula. También es muy conocida para nosotros la respuesta de Jesús:
“Marta, Marta, tú andas preocupada y te pierdes en mil cosas: una sola es necesaria. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada” (Lc 10, 41 - 42).
Esta respuesta, que varía según la traducción de la Sagrada Escritura, ha tenido diversas interpretaciones, a tal punto que en ocasiones algunos han llegado a cuestionar a aquellas personas que se dedican a realizar varias tareas o apostolados, lo que se conoce como vida activa, como si hacerlo fuera la peor opción o la decisión menos correcta, carente de bases o de sentido.
Aquí no se trata del hacer, sino del cómo se lleva a cabo la misión que se nos ha confiado. Ese es el llamado de atención de Jesús y bien vale la pena escudriñar nuestras actitudes y comportamientos para discernir si no hay sombras de quejas, reclamos, críticas o desavenencias hacia los demás cuando decimos que todo lo hacemos por y para Jesús.
¿Te has preguntado, acaso, de qué manera le sirves al Señor y a tus amigos? ¿Qué sale a relucir en ti cuando te sientes abrumado o cuando no logras que los otros actúen o hagan lo que tú quieres en los compromisos que se asumen? ¿Brindas lo mejor de ti por el bienestar del otro o solo te buscas a ti mismo en lo que haces?
Marta acogió a Jesús en su casa. No hay duda que quiso brindarle la mejor atención porque era excelente ama de casa, hacendosa, diligente, pero perdió la paz. Se dejó ganar por el quehacer y sus emociones descontroladas. Sin proponérselo faltó a la caridad. El problema es que no se ocupa de las cosas, más bien se preocupa.
Para el padre Enrique Cases, “la diferencia entre ocuparse y preocuparse es enorme. Ocuparse es trabajar bien y con rectitud de intención. Preocuparse es dejar que se altere la imaginación y, a través de ella, se mueva el orgullo. La preocupación altera el ánimo, aumenta los problemas, impide que se actúe con humildad y con caridad. El que se preocupa se ocupa mal de las cosas. De la preocupación surge la inquietud, producto de una falta de control de los nervios; la inquietud es una falta de serenidad y sin serenidad se pierde la objetividad. El alma inquieta juzga con precipitación, se entristece, le cuesta comprender”.
Pero allí está el Amigo para apaciguar la mente y calmarle el corazón a Marta. Le corrige porque le ama y lo hace con dulzura, llevándola a reflexionar sin violentar su alma.
Entonces resuena en su interior que solo una cosa es necesaria y es la invitación que a las dos mujeres les viene del Maestro: “Permanezcan en mí como yo permanezco en ustedes. Un sarmiento no puede producir fruto por sí mismo si no permanece unido a la vid; tampoco ustedes pueden producir frutos si no permanecen en mí” (Jn 15,4).
“Es el Verbo de Dios quien da este mandato, quien expresa esta voluntad. Permaneced en mí no por unos momentos, por unas horas pasajeras, sino permaneced de forma habitual (…), amad en mí, sufrid en mí, trabajad, obrad en mí. Permaneced en mí para tratar con las personas y con las cosas”, dirá santa Isabel de la Trinidad.
Esto lo comprendió María y su apasionada entrega le hace estar en la escucha atenta de Jesús, de su voluntad, sin retraso, sin perderse ni una sola palabra, sin condiciones, sin dejarse perturbar por los reproches de su hermana.
¿Cómo nos apropiamos de los deseos del Señor para nuestra vida? Demos respuesta en palabras de Santa Teresa: “tratando de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Solo así Marta y María han de ser sarmientos que unidas a la Vid “han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo” (7M 4, 12), ejercitándose en las virtudes y dándole sabor al servicio que cada una realiza, ambos igual de fundamentales para el amigo que sigue a Jesús.
La amistad, camino de perfección
En su carta 82, dirigida a su amiga Elene Salas González, Santa Teresa de Los Andes nos ha de recordar que el sentido de la verdadera amistad consiste en perfeccionarse mutuamente y en acercarse más a Dios.
Esta dinámica se refleja en aquella casa de Betania donde Jesús hace morada. No escoge a los tres hermanos o se comunica con ellos “porque son buenos los amigos, sino porque Él es bueno para dar a conocer sus grandezas. Y de esa relación interpersonal hay amor mutuo que nace y se consolida con las virtudes (…), perfeccionando también hábitos y costumbres”, como escribe el padre Michel Rabenarivo OCD en su tesis doctoral titulada “La amistad como camino de perfección cristiana en Santa Teresa de Jesús”.
Por eso, dirá el padre Michel, “unas exigencias son necesarias para que una amistad sea verdadera: si eres mi amigo no hago guerra contigo; no solamente esto, sino que favorezco tu bien y tu éxito”. No nos quedamos en pequeñeces y vemos más allá de los propios defectos o carencias. Para que esto sea posible no hay otro fundamento que el amor, libre y desinteresado.
Marta, María y Lázaro guardaban un afecto especial por Jesús y el evangelista San Juan ha de destacar que “Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11, 5). Es un amor que lo transforma todo, que acerca al dolor y a la realidad del otro para dar vida donde surge la muerte.
Un amor que levanta y que acompaña en la enfermedad o en el cansancio. Que no conoce límites y no escatima en recursos para demostrarlo. Una amistad que reconforta, que se sustenta en la confianza y enriquece. Que acepta al otro por ser quien es, buscando lo mejor para su vida, y que da lugar al respeto, al compromiso, a la fidelidad, libertad y consuelo.
Ciertamente, escribe san Ambrosio, “consuela mucho en esta vida tener un amigo a quien abrir el corazón, desvelar la propia intimidad y manifestar las penas del alma; alivia mucho tener un amigo fiel que se alegre contigo en la prosperidad, comparta tu dolor en la adversidad y te sostenga en los momentos difíciles".
“Observemos atentamente cómo ha regulado el amor en esta nuestra casa las tres ocupaciones: la administración de Marta, la contemplación de María y la penitencia de Lázaro. Las tres deben hallarse en toda alma perfecta; sin embargo, cada uno siente preferencia por alguna de ellas: éste se entrega a la contemplación, aquel al servicio de los hermanos y el otro a llorar su vida pasada como los leprosos que viven en los sepulcros. María esté absorta en la meditación piadosa de su Dios; Marta sea todo misericordia y compasión hacia el prójimo y Lázaro se mantenga en la humildad y desprecio de sí mismo.Que cada uno busque el lugar que le pertenece”, aconseja san Bernardo Abad.
Una mirada actual
En el texto “Jesús y la amistad”, el padre Antonio Rivero L.C. afirma que “la amistad es algo difícil, raro y delicado. Difícil porque no es una moneda que se encuentra por la calle y hay que buscarla tan apasionadamente como un tesoro. Rara porque no abunda: se pueden tener muchos compañeros, abundantes camaradas, pero nunca pueden ser muchos los amigos. Y delicada porque precisa de determinados ambientes para nacer, especiales cuidados para ser cultivada, minuciosas atenciones para que crezca y nunca se degrade”.
Por eso, cuánta verdad se encierra en este versículo de la Sagrada Escritura para muchos de nosotros: “Quien ha encontrado un amigo ha encontrado un tesoro” (Sir 6,14), porque, en la actualidad, la dinámica del mundo ha generado fracturas visibles en la autenticidad de los vínculos afectivos.
Es por esta razón que se hace necesario reflexionar sobre lo que hoy se entiende por amistad y las dificultades de cultivarla en una sociedad cada vez más individualista, intolerante, desconfiada y distante de Dios.
Dirá el papa Francisco en la Carta Encíclica Fratelli Tutti que “reaparece la tentación de hacer una cultura de muros, de levantar muros, muros en el corazón, muros en la tierra para evitar el encuentro con otras culturas, con otras personas (…) Estamos más solos que nunca en este mundo masificado que hace prevalecer los intereses individuales y debilita la dimensión comunitaria de la existencia”.
¿Qué está aconteciendo en la sociedad, en nuestros núcleos familiares, sociales, en nuestro modo de relacionarnos? ¿Por qué es tan complejo construir amistades sólidas y ser casas de Betania para los demás? En ocasiones suele suceder que se llama amigo al que se acaba de conocer o al que envía una solicitud de amistad por redes sociales. Esta persona puede que sí se haga presente para leer tus publicaciones y darle “me gusta”, pero no comparte tus días, tu historia, tus procesos. ¿A cuántos de ellos les abrirías la puerta de tu casa? ¿De qué manera se pone por obra la acogida y la confianza?
También es recurrente hablar de ser amigos, cuando la realidad evidencia que el vínculo se construye sobre arena, es decir sobre afecto que se compra con regalos, adulaciones y atenciones o sobre un utilitarismo donde no existe un objetivo o bien común. Entonces más que estrechar lazos o cercanía, al final se genera distancia y displicencia.
Pero no todo es negativo. Esto es solo un pequeño llamado a caer en la cuenta de lo que podemos aportar para resignificar y fortalecer la amistad como don de Dios. Él, que se hizo amigo, nos capacita para vivirla de manera auténtica, en total donación y gratuidad y como ejemplo la Iglesia pone ante nuestra mirada la figura de Marta, María y Lázaro con Jesús como centro.
En ellos, dice el padre Rivero, “descubrimos la amistad de Jesús que corresponde con la misma medida que se le ofrece. Amistad agradecida. Betania era uno de esos rincones donde Jesús descansaba y donde abría su corazón de amigo. Allí Cristo tenía siempre la puerta abierta, tenía la llave de entrada; se sentía a gusto entre gente querida y que le estimaba”. Nosotros estamos llamados a cultivar esta amistad que redime, salva, levanta y transforma y que une para ser amigos fuertes de Dios.
Datos para tener en cuenta:
El 26 de enero de 2021, el Papa Francisco tuvo a bien que la memoria de los santos Marta, María y Lázaro fuera inscrita en el Calendario Romano General, por decreto de la Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
Esta memoria litúrgica se celebra el 29 de julio.
Se consideró el importante testimonio evangélico que dieron al hospedar al Señor Jesús en su casa, al escucharlo atentamente, al creer que él es la resurrección y la vida.
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