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Foto del escritorAngela María Guzmán S.

Traspasada por el Amor

El Carmelo Descalzo conmemora hoy la Transverberación del corazón de Santa Teresa de Jesús. Una fiesta que nos permite recordar la verdad que nos ha revelado San Pablo en la Carta a la Romanos (5,5): “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo”.


Un amor divino que traspasa las entrañas, que nos enamora hasta los tuétanos y hace que pongamos nuestro contento solo en Dios. Gracia transformante en el corazón del ser humano que invadido por la presencia amorosa del Amado alcanza tal purificación, que el alma, pasando por una “muerte sabrosa” de sí misma, queda toda rendida, unida y renovada en Cristo.


Se cumple así el deseo de Dios: “Les daré un corazón nuevo y pondré en su interior un espíritu nuevo. Quitaré de su carne su corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Así caminarán según mis mandamientos, observarán mis leyes y las pondrán en práctica; entonces serán mi pueblo y yo seré su Dios (Ez 11,19).


Esta experiencia mística de la Transverberación la vivió Santa Teresa en 1560, a sus 45 años de edad, en el Monasterio de la Encarnación. Se encontraba en oración, “adonde el Señor me daba tan grandes gustos y regalos” (V 20,9). Fue para ella un hecho tan impactante, que se propuso hacer un voto a Dios de hacerlo todo “siempre, siempre, siempre” con la mayor perfección posible, apresurando así el vuelo para la reforma, sus fundaciones y su camino de santidad.


Como la samaritana, Teresa había sido herida y “cuán bien habían rendido en su corazón las palabras del Señor (…) Dichosos a los que el Señor hace estas mercedes, bien obligados están a servirle” (Conceptos 7,6).




Teresa nos narra su experiencia


“Quiso el Señor que viese aquí algunas veces esta visión: veía un ángel cabe mí hacia el lado izquierdo, en forma corporal, lo que no suelo ver sino por maravilla; aunque muchas veces se me representan ángeles, es sin verlos, sino como la visión pasada que dije primero. En esta visión quiso el Señor que le viese así: no era grande, sino pequeño, hermoso mucho, el rostro tan encendido que parecía de los ángeles muy subidos que parecen todos se abrasan… Veíale en las manos un dardo de oro largo y al fin del hierro me parecía tener un poco de fuego. Esto me parecía meter por el corazón algunas veces y que me llegaba a las entrañas. Al sacarle, me parecía las llevase consigo y me dejaba toda abrasada en amor grande de Dios” (V 29,13).

Esta gracia del dardo, como se le conoce en la tradición de los Carmelos de Ávila, o “herida”, como la llama la Santa, “causa un dolor grande que hace quejar, y tan sabroso, que nunca querría le faltase” (Relación 5, 17). “No es un dolor corporal sino espiritual, aunque no deja de participar el cuerpo algo, y aun harto. Es un requiebro tan suave que pasa entre el alma y Dios” (V 29,13). “Veíame morir con deseo de ver a Dios, y no sabía adónde había de buscar esta vida si no era con la muerte” (V 29,8).


Aquí no hay más que alabar, amar y exclamar, mientras se ansía la vida aunque de buena gana se pierda por Él: ¡Oh hermosura que excedéis a todas las hermosuras!, sin herir dolor hacéis y sin dolor deshacéis, el amor de las criaturas”.


Esta experiencia de la Santa podía durar varios días y según ella misma lo cuenta a través de sus obras, apareció en repetidas ocasiones. “Cuando quiso el Señor me viniesen estos arrobamientos tan grandes, que aun estando entre gentes no los podía resistir” (V 29,14).


“Teresa se encuentra con el Crucificado resucitado y en su cuerpo ve, lee con claridad el poderío de este amor, capaz de superar toda resistencia y abatir cualquier obstáculo. Teresa se abandona totalmente a él, liberándose de todo lo que la frenaba en el plano personal, social y eclesial”: fray Saverio Cannistrà.

Hasta aquí podemos concluir que aquella herida de amor que sale de lo íntimo del alma deja grandes efectos cuando el Señor “es servido de darla”.




¿Somos también nosotros partícipes de esta gracia?


Cuando nos acercamos al libro de Las Moradas, redescubrimos con Santa Teresa una certeza dada desde el Bautismo: somos habitados por Dios y su deseo es estar en permanente comunicación con nosotros. Por eso nos busca, nos llama, se dona.


Este deseo de Dios, de comunicarse con el hombre, aparece desde el principio de la creación. Quiere compartir su amor y aunque la fragilidad del hombre rompe esa comunicación, Dios sigue hablando al hondón del alma y traspasando el corazón, con su Espíritu de amor, para llevar a él su plan de salvación.


Lo hace con la fuerza penetrante de su Palabra, como lo hizo con Noé, Abraham, Moisés, Aarón, Elías: “Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas, y escruta los sentimientos y los pensamientos del corazón” (Heb 4,12). Lo hace con su llamado a permanecer en su amor: “Les he dicho todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa” (Jn 15, 11).


Esta alegría, presente en la doctrina teresiana como parte de un estilo de vida, nace del trato de amistad con Dios. De abrir la puerta del corazón para dejarnos transverberar: es decir, sanar, amar y enamorar.


Este dardo de amor, con su fuego purificador, irrumpe en nuestro ser sin nosotros pretenderlo. Solo llega cuando menos se espera y sin imaginar que trae una fuerza capaz de deshacernos del todo, de descolocarnos, para darnos vida nueva.


¿Duele? Sí. Estamos llenos de apegos, dejando muchas veces el control a nuestros gustos y apetitos. Soltar no es fácil, como tampoco lo es reconocer nuestras miserias y menos aceptar nuestras equivocaciones e infidelidades con Dios y con el prójimo.


¿Cómo poder hablar entonces del padecer y luego del gozar? Parece algo bastante fuera del entendimiento humano, la lógica de Dios se contrapone a la nuestra, quizá por eso Teresa es tan reiterativa en decir que “suplica a la bondad de Dios lo dé a gozar a quien crea que miente”. Pero de verdad se goza, pues cuando el alma es tocada por Dios, queda toda embebida de Él y “lo demás se considera pérdida en comparación con eso tan extraordinario que es conocer y ganar a Cristo” (Fil 3,8).


Tantas cosas que se creían y se añoraban ahora pierden sentido. Ya solo hay deseos de amar, servir, cambiar y agradar en lo poco o en lo mucho a Quien nos mira con amor infinito. A Quien no se cansa de darnos su misericordia.


Ya solo se sienten deseos de cielo y se emprende camino aquí en la tierra, movidos por una “centellica” de amor que se aviva en nuestro interior, que de tanto crecer pareciera que el corazón inflamado de amor fuera a salirse del pecho y parece que doliera, porque algo brota en el interior que nos sobrepasa y no se puede contener: quiere salir, comunicarse, compartirse a otros. Entonces se goza. Somos criaturas nuevas, con la oportunidad de volver a Dios cada día, por eso la importancia de permanecer en la oración.


También llegan nuevos ímpetus para abrazar la cruz y buscar la gloria de Dios hasta en las circunstancias difíciles e incomprensibles. Ahora se tiene la capacidad de contemplar la propia fragilidad para comprender la fragilidad del otro y abrirnos al encuentro y a la empatía.


Es verdad que no vemos un ángel como lo vio Teresa, pero por la fe estamos seguros que Dios está presente y nos concede la gracia de ser traspasados con su amor para traspasar con nuestro testimonio la vida de aquellos que nos rodean.


¿Te dejas traspasar por el amor de Dios? ¿Qué guardas todavía en tu corazón que necesita ser purificado por el Espíritu de Dios?



Algunos datos relevantes sobre la Transverberación de Santa Teresa


  1. ”Tanta importancia tuvo este hecho para su legado espiritual, que hasta el papa Gregorio XV lo recogió en su Bula de Canonización: Entre las virtudes de Teresa brilló con luz propia la caridad divina. Este amor se fue avivando en ella gracias a las innumerables visiones y revelaciones con que Cristo la favoreció. Una vez el Señor la tomó por esposa. En otra ocasión Teresa vio un ángel que con un dardo encendido le transverberaba el corazón. De resultas de estas mercedes celestiales sintió la Santa tan abrasadamente el amor divino en las entrañas que, inspirada por Dios, emitió el voto, difícil en extremo, de hacer siempre lo que ella creyese más perfecto y para mayor gloria de Dios” (portalcarmelitano.org).

  2. “La transverberación de la Santa, juntamente con los estigmas de san Francisco de Asís, figuran entre los casos excepcionales en que la liturgia ha incorporado un hecho místico a la celebración eclesial. En cuanto a la Santa, el proyecto de celebración litúrgica surgió en 1725” (Diccionario Santa Teresa, padre Tomás Álvarez).

  3. “La herida del dardo ocupa el puesto cimero en la serie de manifestaciones que van jalonando el proceso de unión mística en Santa Teresa después de los arrobamientos, “vuelos de espíritu” e ”ímpetu” por sentimiento de la ausencia de Dios. El último grado de ese escalafón es la “herida de amor” que sale de lo íntimo del alma” (padre Tomás Álvarez).



Oremos con un poema de Santa Teresa: “Sobre aquellas palabras”


Ya toda me entregué y di,

y de tal suerte he trocado,

que mi Amado es para mí

y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador

me tiró y dejó rendida,

en los brazos del amor

mi alma quedó caída,

y cobrando nueva vida

de tal manera he trocado,

que mi Amado es para mí

y yo soy para mi Amado.


Hirióme con una flecha

enerbolada de amor.

y mi alma quedó hecha

una con su Criador;

ya yo no quiero otro amor,

pues a mi Dios me he entregado,

y mi Amado es para mí

y yo soy para mi Amado.








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