El episodio de la transfiguración de Jesús no es algo que pase desapercibido en mi país, evoca la fiesta de nuestro patrono que año con año celebramos en el mes de agosto con “la tradicional bajada”, haciendo referencia a ese momento en que las vestiduras de Jesús cambiaron frente a Pedro, Santiago y Juan. Ahora nos encontramos en el segundo domingo de cuaresma y me gustaría compartirles un extracto de una homilía que pronunció Monseñor Romero del año 1979.
EL PUEBLO DE DIOS QUE DEBE TRANSFIGURARSE HOY Y AQUÍ
Queridos hermanos, ya es tiempo de madurar una semana Santa entre nosotros. Ya no es tiempo de estar viviendo semanas santas que sólo consiste en procesiones que dejan el corazón tan incrédulo, tan materialista, tan egoísta, como antes (de la procesión). Ya es tiempo de pensar que una Semana Santa tiene que ser una conversión del pueblo hacia la Pascua, hacia la muerte del Señor para resucitar con nuevas madureces, con nuevos bríos…
Una Semana Santa que nos renueve de verdad, una Cuaresma que nos deje la alegría de dejar el hombre viejo sepultado, para resucitar con Cristo nuevo, a una vida nueva. El esposo que era tormento de su familia sea de aquí en adelante el hombre nuevo que es alegría de su hogar. La mujer que carecía de amor para dar calor al esposo y a los hijos, comience a sentir que su reino es el hogar donde el amor tiene su reino. El joven, la joven, que ponía su alegría en esas cosas tan banales de la tierra, piense que es en Cristo, en esa renovación en Cristo. La familia que vuelva a construirse en el amor; toda la humanidad, la patria, la política de los gobernantes, los que tienen dinero, los que no lo tienen, los obispos, los sacerdotes, las religiosas, todos; Iglesia y mundo.
No queremos masa, queremos la educación que personifica, queremos el evangelio que hace sentir lo que decía Juan Pablo, el hombre es un prodigio de Dios «irrepetible», no hay dos hombres iguales. Y por eso no tenemos que poner la ilusión en copiar de otro hombre sino en ser yo, lo que Dios quiera que yo sea. Yo soy yo, nada más: Tú eres tú. La masificación es espantosa…, porque la condición del Pueblo de Dios: Es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo.
Todo lo que Cristo ha venido a hacer, lo está haciendo a través de su pueblo. De allí, queridos hermanos, que mi llamamiento esta mañana: Cuaresma, renovación del Pueblo de Dios, es un llamado a cada uno de ustedes y a mí mismo, que somos los miembros del pueblo de Dios para no sólo vivir nuestro cristianismo, sino erradicarlo, salvar a otros, ser unidad de otros que andan disgregados, ser arrepentimiento de otros que van por caminos de pecado, ser atracción para aquellos que se han extraviado.
¡Ésta es la transformación que necesita nuestra Patria! ¡Ésta es la transfiguración del Cristo de hoy! Es el Cristo que, desde la altura de una montaña, no para alejarse de los hombres, sino para ponerse como un ejemplo nos dice: Lo único que vale es esta felicitación del cielo: «Éste es mi Hijo amado», ser un Hijo de Dios. Ser pobre o ser rico, no importa, pero ser Hijo de Dios, sobre todo, el Hijo de sus complacencias.
A esto hago un llamamiento a todos, queridos hermanos, a que aprovechemos nuestra Cuaresma para superar todas estas miserias y dolores que nos circundan. Y aunque sea caminando siempre en la pobreza y en la tribulación, no conformista pero sí con la mente muy elevada, hagamos de cada salvadoreño y de toda la Sociedad salvadoreña en general, [de todo el mundo] una gran transfiguración.
Así sea…
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