Santa teresa de los Andes, una joven enamorada de Jesucristo, hija predilecta de la Iglesia chilena, religiosa carmelita descalza. Su corta vida es un eco que se propaga en el tiempo. Las ondas experienciales de su amor a Cristo recorren diversas culturas en múltiples espacios de nuestro planeta.
Su nombre de pila es Juana Fernández Solar, en el Carmelo Teresa de Jesús, después de su muerte los peregrinos que visitan el monasterio comienzan a llamarla Teresa de los Andes. Juanita nació el 13 de julio de 1900, entró al Carmelo de los Andes el 7 de mayo de 1919 y fallece a los once meses, después de haber profesado en artículo de muerte.
Santa Joven
Esta joven chilena murió a los diecinueve años y nueve meses de vida. Solo necesito once meses para ser coronada en la gloria de los vencedores.
Desde pequeña manifestó un gran interés por la fe y el amor de Dios. A los cuatro años, mientras ayudaba al Padre Fernando Castell, misionero claretiano en la finca de su abuelo materno, desea ir al cielo. Este sacerdote le enseña el “Sagrario” como verdadero camino al cielo.
¿En qué podía ayudar una niña tan pequeña a un misionero? Ella llevaba el agua a la sacristía para el lavado de purificadores. Sorprende su capacidad en el cotidiano quehacer de las misiones.
Allí en Chacabuco, a los pies de la blanca cordillera, rodeada de un cielo azul, bosques y montes, y bajo la influencia de su familia profundamente cristiana, esta pequeña comienza un recorrido en su camino de santidad, que solo durará quince años.
Conversión en la infancia
Jesús pasa a ser el centro de su corazón, ella conoce los ritos y formas que los cristianos católicos utilizamos para vivir nuestra fe en Dios. Cuando su mamá y tía Juana la llevaban a Misa, se encendía en deseos de recibir a Jesús en la Comunión, en casa, como suelen hacer los padres, la sentaban sobre la mesa y le preguntaban acerca de la Eucaristía. Respondía bien a todo, pero solo tenía seis años.
Al año siguiente se confesó por primera vez, Dios interiormente la iba instruyendo, entiende que debe esperar para recibir la Comunión, agradece después el tiempo de preparación que se le concedió.
Jesús había comenzado a tomar su corazón para sí, y su respuesta fue hacer propósitos de vencer todos esos defectos de niña caprichosa. Era de un carácter tenaz, profundamente sentimental, grande capacidad imaginativa, su sensibilidad le provocaba estragos en la relación con sus hermanos y primos. Era exigente consigo misma, comprendía que debía cambiar su carácter. Hacía actos que apuntaba en una libreta, ya no peleaba con sus hermanos, prefería callar hasta morderse los labios.
Aprendió a vencer la pereza y en la intimidad de su corazón le ofrecía a Jesús una infinidad de pequeñas cosas del diario vivir como preparación para el gran día de su primera comunión.
Es sorprendente la conciencia de Dios que tenía a una edad en la que otros niños solo les interesaba jugar. Ella dice que cuando vino el terremoto de 1906, Jesús comenzó a tomar su corazón para sí.
Muerte de su abuelo materno
En 1907 Juanita pasó las últimas vacaciones de verano junto a su abuelo Eulogio en Chacabuco. Tres meses después muere el abuelo. Para los niños de la familia fue un dolor indescriptible. Aunque no estaban presentes en ese momento, ellos se enteran que el abuelo ha muerto. Su hermano Luis dio testimonio en el proceso de canonización sobre este acontecimiento.
“Juanita dormía con Rebeca en la pieza contigua a la mía. En la mañana, llegó Juanita muy azorada y me despierta diciendo, él ya se fue, ¿cómo lo sabes?, le dije. Juanita levantando el índice de la mano, me responde: “No sé, pero alguien me lo ha dicho.” (Testimonio de Luis)
Su primera comunión
Por fin, en 1910, su madre la autoriza para hacer la Primera Comunión. La ceremonia se celebró en la capilla del colegio del Sagrado Corazón. El día antes se confesó, escribió una carta a sus padres, hizo retiro en su casa y pidió perdón por todas sus faltas a los padres, hermanos y sirvientes de la casa.
En la mañana del día siguiente, 11 de septiembre de 1910, su madre le puso el vestido blanco y la peino, ella para todo lo exterior estaba indiferente, menos su alma para Dios. Cuando llegó por fin el momento por años esperado, entrando en procesión junto a sus compañeras del colegio, su corazón estaba rebosante de alegría, su alma se uniría en la intimidad con Jesús.
“Pedid a Jesucristo que, si habéis de cometer un pecado mortal, que os lleve hoy, que vuestras almas son puras, cual la nieve de las montañas”, les decía Mons. Ramón Ángel Jara en la homilía.
Juanita lloraba, cuando se acercó a comulgar, el coro cantaba: “alma feliz”. Jesús Eucaristía llegaba por primera vez al corazón de una niña feliz, una chica que había deseado ir al cielo a los cuatro años. En ese momento todo el cielo era suyo, le pide a Jesús que se la lleve de este mundo.
Nos basta mirar la fotografía que le hicieron ese día, para comprender el estado de su alma. Juanita, arrodillada en un reclinatorio, con su traje blanco, la mirada serena, meditativa, como invadida por la presencia del Señor, que en ese momento se deleitaba de las finezas de una niña que le abría su corazón para siempre.
A los diecisiete años ella divide su vida en dos etapas, la primera desde su nacimiento hasta la primera comunión y la segunda, desde ese momento hasta que Dios le llame a la eternidad.
Se experiencia mariana
La Virgen María nos enseña a poner nuestra esperanza en las verdades eternas. Todas las familias cristianas católicas se esmeran en educar a sus hijos en la vivencia de la fe. La familia de Juanita no hizo menos. El rezo del rosario, la celebración del mes de María, las diversas devociones marianas de la religiosidad popular en Chile, se mantuvieron incólumes en el hogar de Juanita.
Ella experimentó desde pequeña la devoción mariana de sus padres. Con su hermano Luis hizo la promesa de rezar el rosario todos los días de su vida, solo una vez lo olvidará.
En 1907 su tía Juana le regaló una imagen de la Virgen de Lourdes, desde entonces esa imagen ocupó un lugar privilegiado en su habitación, “ella jamás ha dejado de oírme”, cuenta en su Diario de Vida. A los quince años escribió:
“Mi espejo ha de ser María, puesto que soy su hija, debo parecerme a ella y así me pareceré a Jesús. No he de amar sino a Jesús, luego mi corazón ha de tener el sello del amor de Dios. Mis ojos se han de fijar en Jesús crucificado. Mis oídos han de oír constantemente la voz del divino crucificado. Mi lengua ha de expresarle mi amor. Mi pie ha de encaminarse al calvario, por eso ha de ser mi andar lento y recogido. Mis manos deben estrechar el crucifijo, es decir, aquella imagen divina que ha de imprimirse en mi corazón”. (Diario, 15)
¿Es ella la autora de esta sabia reflexión? No lo sabemos, pero sí tenemos la seguridad de que cada palabra la hizo suya. Aprendió a mirar y mirarse en el espejo que es María.
En su Diario escribió una hermosa reflexión mariana bajo la advocación de Lourdes, al día siguiente de visitar el santuario en Quinta Normal de Chile, ese Santuario hacía vibrar las cuerdas más sensibles de su alma,
“lleva envuelto en su manto de misterio todo lo grande de lo que es capaz de sentir el corazón católico.” (Diario-12 de febrero de 1917)
Vocación al Carmelo Teresiano
Juanita había descubierto el llamado de Dios al Carmelo a los catorce años, cuando se encontraba enferma, sola en su habitación experimentó la certeza de ello. A los quince años lee Historia de un Alma y comienza a escribir su Diario. Como Teresa del Niño Jesús, que al comenzar su manuscrito A, lo titula: “Historia de una florecilla blanca escrita por ella misma” y la dedica a su hermana Inés, Juanita dedica su Diario a Madre Julia Ríos, con la frase introductoria: “La vida íntima de una pobre alma, que, sin mérito alguno de parte de ella, Jesucristo la quiso especialmente, y la colmó de bendiciones y gracias.”
A los dieciséis años lee a Isabel de la Trinidad. La influencia de esta santa le llevará a contagiar a sus amigas de la verdad luminosa de la “inhabitación trinitaria” en el alma. Muchas de sus amigas optarán también por la vida consagrada.
¿Cuándo lee a Teresa de Ávila? Los escritos de Juanita, los términos que utiliza, nos permiten ver la influencia de nuestra Santa Madre. No sabemos con exactitud cuando la lee por primera vez, pero en el momento en que Madre Julia le recomienda esta lectura, le contesta que la ha leído varias veces.
El 15 de octubre de 1918, Juanita pidió a Santa Teresa que le permita celebrar su fiesta al año siguiente en el Carmelo. Se preparó para ello leyendo el Camino de Perfección. En el Carmelo heredó su nombre, en sus últimas cartas antes de entrar a la clausura firma como Teresa de Jesús.
El 7 de mayo de 1919, a los dieciocho años y nueve meses Juanita deja el mundo, a su familia, a las amistades. Ingresa como postulante al Carmelo de los Andes en Chile. Sus padres y hermanos, sumidos en el dolor, la entregan a Dios, conscientes de que era una joven ejemplar, modelo para los demás.
Todos los que la conocieron coincidían en que había recorrido ya muchos peldaños en la escalera de la santidad. Hoy, todos quienes hemos leído sus escritos, vemos que Juanita llegó al Carmelo siendo ya, santa.
Muere de amor
Los once meses que vivió en el monasterio de los Andes, fueron el breve tiempo que le bastó para llegar a la cima del monte de la perfección. Sus hermanas de comunidad fueron testigos de cómo vivía las virtudes teologales en grado heroico.
En marzo de 1920; su deseo de ir al cielo a los cuatro años, su petición a Jesús el día de su primera Comunión, las innumerables ocasiones en que en sus escritos manifiesta el deseo de ir a contemplar el rostro de Dios, por fin ya puede verlo cumplido. Y una gracia especial de Dios le hace comprender que dentro de un mes morirá, lo dice a su confesor.
El 12 de abril, rodeada por sus hermanas, deja este mundo, desde el viernes santo, 1 de abril, había vivido un largo vía crucis. Lejos de allí, en el monasterio de San José, una carmelita que se encontraba en oración a la misma hora, tiene una visión.
Súbitamente llevaron su espíritu a una pequeña estación de ferrocarril, que era un ramal desde donde partían los trenes a los Andes, se encontró en la celda de una carmelita moribunda, joven. Al lado izquierdo un ángel con un ropaje como de nubes blancas, con un dardo le traspasaba el corazón, y al punto le dice: muere de amor.
El amor consumó sus días, el fruto estaba maduro, solo hacía falta romper la tela del dulce encuentro. Esta joven enamorada de un Dios al que no veía ni podía acariciar, llegó a comprender que este Dios es el AMOR. A su hermano Luis le decía: “si un hombre es capaz de enamorar a una mujer hasta el punto de que ella pueda dejarlo todo por él, ¿cómo no creer que Dios tiene la capacidad de enamorar, y que su amor es irresistible?
Teresa de los Andes corrió tras lo irresistible del amor de Dios. Su vida es la historia de un exceso de amor, imitemos algo de lo que ella vivió, en estos tiempos tan necesitados de amor.
Deseo que surja en ti la pregunta; ¿Por qué yo no? Todos podemos lanzarnos a esa aventura, ese Dios que a ella la cautivo, ahí está, esperándote.
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