Encontrarnos con Nuestra Señora ha de ser una experiencia extrasensorial ¿No creen? En nuestros países la figura de la Virgen María, independiente de su advocación, es fundamental para nuestra fe. Cuenta el Nicam Mopohua, que San Juan Diego caminaba un sábado, “muy de madrugada, en pos de Dios y de sus mandatos”, cuando comenzó a escuchar el canto de muchos pájaros y que al acercarse se preguntó “¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?”, me imagino ese sentir como aquel momento en que Isabel escuchó el saludo de María, que toda ella y hasta en sus entrañas, incluido el niño sintió a Dios en ese saludo.
El Papa Francisco en una homilía decía: “somos un pueblo con Madre, no somos huérfanos”[1], y vemos hecha vida esta frase cuando desde lo alto del cerro le llamaban: "JUANITO, JUAN DIEGUITO". No somos hijos del montón, somos hijos con nombre, lo que implica que ella nos conoce y al llamarnos, desde el pronunciamiento de cada uno de nuestros nombres, nos ama, nos mira. “Esa mirada que nos libra de la orfandad; esa mirada que nos recuerda que somos hermanos: que yo te pertenezco, que tú me perteneces, que somos de la misma carne. Esa mirada que nos enseña que tenemos que aprender a cuidar la vida de la misma manera y con la misma ternura con la que ella la ha cuidado: sembrando esperanza, sembrando pertenencia, sembrando fraternidad”[2].
Ahora bien, el encuentro con Nuestra Señora siempre nos abre al otro, siempre nos impulsa a cumplir una voluntad, la de su Jesús, su Hijo. Qué dicha sería poder responderle como lo hizo San Juan Diego: “Señora mía, Reina, Muchachita mía, que no angustie yo con pena tu rostro, tu corazón; con todo gusto iré a poner por obra tu aliento, tu palabra; de ninguna manera lo dejaré de hacer, ni estimo por molesto el camino. Iré a poner en obra tu voluntad, pero tal vez no seré oído, y si fuere oído quizás no seré creído”. A pesar de todo, procurar no poner pena en el rostro de Nuestra Señora.
Al celebrar a Nuestra Señora de Guadalupe y esbozar un poco el relato de su aparición donde nos hace ser familia, unidos por ella como Madre, queriéndonos motivar a la búsqueda de su Hijo, digámosle:
Oh María, nuestra Madre Inmaculada, en el día de tu fiesta vengo a ti, y no vengo solo: Traigo conmigo a todos aquellos que tu Hijo me ha confiado, para que tú los bendigas y los salves de los peligros.
Te traigo, Madre, a los niños, especialmente aquellos solos, abandonados, que por ese motivo son engañados y explotados.
Te traigo, Madre, a las familias, que llevan adelante la vida y la sociedad con su compromiso cotidiano y escondido; en modo particular a las familias que tienen más dificultades por tantos problemas internos y externos.
Te traigo, Madre, a todos los trabajadores, hombres y mujeres, y te encomiendo especialmente a quien, por necesidad, se esfuerza por desempeñar un trabajo indigno y a quien el trabajo lo ha perdido o no puede encontrarlo.
Necesitamos tu mirada inmaculada, para recuperar la capacidad de mirar a las personas y cosas con respeto y reconocimiento sin intereses egoístas o hipocresías.
Necesitamos de tu corazón inmaculado, para amar en modo gratuito sin segundos fines, sino buscando el bien del otro, con sencillez y sinceridad, renunciando a máscaras y maquillajes.
Necesitamos tus manos inmaculadas, para acariciar con ternura, para tocar la carne de Jesús en los hermanos pobres, enfermos, despreciados, para levantar a los que se han caído y sostener a quien vacila.
Necesitamos de tus pies inmaculados, para ir al encuentro de quienes no saben dar el primer paso, para caminar por los senderos de quien se ha perdido, para ir a encontrar a las personas solas.
Te agradecemos, oh Madre, porque al mostrarte a nosotros libre de toda mancha de pecado, nos recuerdas que ante todo está la gracia de Dios, está el amor de Jesucristo que dio su vida por nosotros, está la fortaleza del Espíritu Santo que hace nuevas todas las cosas. Haz que no cedamos al desánimo, sino que, confiando en tu ayuda constante, trabajémos duro para renovarnos a nosotros mismos, a esta ciudad y al mundo entero.
¡Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios![3]
Virgen de Guadalupe, Emperatriz de América.
Amén.
[3] Oración del Papa Francisco, Solemnidad de la Inmaculada concepción de la Virgen María, 8/12/2016
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