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Foto del escritorBriggite Avila

Nacimos para la alegría

Nuestra vida siempre fue pensada por Dios para ser motivo de alegría, ninguna vida sobra, cada una es concebida en el corazón de Dios con un propósito adecuado y somos dotados de los dones necesarios para realizarlo, lo importante es encontrar la libertad interior y dejarnos formar, permitirnos crecer y madurar. En esta solemnidad de San Juan Bautista, te invitamos a reflexionar con su vocación para motivarte a revisar la tuya.


El Señor me llamó desde el vientre materno, de las entrañas de mi madre, y pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada afilada, me escondió en la sombra de su mano; me hizo flecha bruñida, me guardó en su aljaba y me dijo: «Tú eres mi siervo, Israel, por medio de ti me glorificaré» Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra». (Isaías 49, 1-3).

Estas palabras contundentes del profeta Isaías, describen la vocación de Juan Bautista, el momento de su llamado, los dones recibidos para responder y la misión a la que era enviado.


Su origen


San Juan Bautista es hijo de Isabel, la prima de María, y de Zacarías, un sacerdote fiel servidor de Dios en el templo, quien aguardaba la llegada del Mesías. Cuenta el evangelio de Lucas que ellos no podían tener hijos y estando en edad avanzada se les concede esta gracia, anunciada por el Arcángel Gabriel, como respuesta a sus oraciones. Es el proyecto deseado en el corazón de Dios.


Será un hijo con características muy particulares, según lo narra el mismo evangelista:


Te llenará de gozo y alegría; muchos se alegrarán de su nacimiento, grande ante el Señor, lleno del Espíritu Santo para convertir al Señor su Dios a muchos de los hijos de Israel. (Lc 1, 14-15).

Un hijo que además ya tenía un nombre asignado: Juan, que significa Yahvé es misericordioso o Yahvé es favorable. El origen de su vida tiene el propósito de traer alegría, de agradar al Señor y de ayudar a otros a fijar su mirada en Dios y sobre todo, ser manifestación de la bondad ilimitada del Señor.


Su Natividad


El evangelio de la liturgia de hoy, nos cuenta que cuando Isabel dio a luz a su hijo, sus vecinos y parientes se alegraron con ella por la misericordia que el Señor le había manifestado. Esta dichosa manifestación, es la que celebramos en la solemnidad de hoy.


Por lo general, las fiestas de los santos se celebran en la fecha de su Pascua, (nacimiento a la vida eterna), en el caso de Juan Bautista y la Virgen María, se celebra también su natividad. Ellos son un regalo de la misericordia de Dios, no solo para el pueblo de aquella época, sino también para nosotros.





¿Por qué es tan importante el Bautista?


La vida de San Juan Bautista está vinculada a la Encarnación del Hijo de Dios, de hecho comparten algunos aspectos, como la anunciación del arcángel, las condiciones de concepción que no están dentro de las posibilidades humanas y el momento histórico en el cual ambos niños, Juan y Jesús nacen.


Juan nace y vive para preparar la llegada del Salvador. De ahí que, su nacimiento es un acontecimiento importante. Además, hay una especial relación entre el día del nacimiento de Juan Bautista con el cambio de estación, el cual señala el inicio de un tiempo nuevo, un tiempo de misericordia, un tiempo de preparación para acoger la Luz.


De la misma manera que en el solsticio de invierno, día 25 de diciembre, se celebra el nacimiento de Cristo, Sol que nace de lo alto, verdadera Luz del mundo; así también, en el solsticio de verano, día 24 de junio, se celebra el nacimiento de Juan Bautista, de aquel que no era la Luz, sino testigo de la Luz. Por esto era necesario que la Luz creciera y que el testigo de la luz menguara. Hay una perfecta correlación entre las fiestas de la Anunciación (25 de marzo), del nacimiento de Juan Bautista (24 de junio) y del nacimiento del Señor (25 de diciembre) (Tomado del Nuevo Misal del Vaticano).


 

Nota aclaratoria: Este año la solemnidad de Juan Bautista coincide con la del Sagrado Corazón, por ello la Iglesia para darle el lugar a ambas solemnidades, mueve la de San Juan Bautista para el 23 de Junio o el 25 en algunos países.

 


La natividad de Juan Bautista, marca un cambio de etapa para la historia de Israel, teológicamente es una transición del Antiguo Testamento al Nuevo Testamento, él es el último profeta, pero sobre todo es un profeta determinante, es grande por su autoridad espiritual y moral. El mismo Jesús reconoce su grandeza:


“Os aseguro que, entre los nacidos de mujer, no ha aparecido uno mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él. Mt 11, 11

Su nacimiento produce una alegría capaz de liberar el alma y reconocer las grandezas de Dios, su padre Zacarías es testimonio de ello:


Continúa diciendo el evangelio de Lucas, que el día de la circuncisión, luego de escribir el nombre de su hijo en una tablilla, a Zacarías se le desató la lengua, recobró el habla (que había perdido el día del anuncio del ángel debido a sus dudas), y empezó a bendecir a Dios lleno del Espíritu Santo, proclamando un bello himno.


El nacimiento de Juan Bautista es entonces anuncio de tiempos nuevos, de oportunidades, de alegría.

Su vocación:


  • Desde su origen ya estaba lleno del Espíritu Santo: (Lc 1, 15: estará lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre).

  • Profeta, (profeta es quien habla en nombre de Dios), testigo de la Luz, voz en el desierto, precursor para señalar el camino hacia la Luz, ese era su propósito de vida: (Lc 1, 76: Y tú niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y hacer que su pueblo conozca la salvación mediante el perdón de sus pecados.)

No era cualquier profeta, fue un profeta enviado por Dios, orante, vivía en permanente comunicación con Dios: Jn 1, 31-34: Yo no le conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él sea manifestado a Israel. Y Juan dio testimonio diciendo: He visto al Espíritu que bajaba como una paloma del cielo y se quedaba sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo:


Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo. Yo le he visto y doy testimonio de que ése es el Elegido de Dios.


Humilde pero con palabra de autoridad, profeta de la verdad y mártir por ella, profeta de la vida interior y de la transformación, su mensaje de conversión sacudía fuertemente a sus oyentes. Así se caracterizó su misión.


Su proceso


Suena paradójico hablar de proceso en un enviado de Dios tan grande como lo fue el Bautista, precisamente aquí, radica la importancia de su enseñanza para nosotros


  • Se preparó para realizar su misión, sin afanes, sin condiciones de tiempo, edad y formas, se formó en el silencio, en oración, llevando una vida ascética.

El niño crecía y su Espíritu se fortalecía, y vivió en lugares inhóspitos hasta el día de su manifestación en Israel (Lc 1, 80).


Solo treinta años después de su nacimiento, llegó el tiempo para ejecutar el plan de Dios, no quiere decir que en el tiempo previo, no haya realizado su vocación, ésta comenzó desde el seno de su madre lleno del Espíritu Santo, alegrando a sus cercanos con su existencia, viviendo en el Espíritu de Dios y fortaleciendo su relación con él en oración.





  • Vivió bajo la dirección del Espíritu Santo, escuchando la Palabra de Dios y aprendiendo de ella para proclamar solo la verdad:

Lc 3, 2: Juan, hijo de Zacarías, recibió en el desierto la palabra de Dios. Y fue por toda la región del Jordán, proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:


Voz del que clama en el desierto:

Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas;

todo barranco será rellenado,

todo monte y colina será rebajado,

lo tortuoso se volverá recto

y las asperezas serán caminos llanos.

Y todos verán la salvación de Dios.


Juan Bautista fue coherente, se preparó para invitar a otros a prepararse. El desierto es su escuela, el lugar y la situación propicia para aprender a vivir en libertad frente al mundo, en austeridad, en confianza plena en Dios, con escucha interior atenta, con la mirada del alma fija en Dios. El desierto es su escuela de interioridad, la que le permitió escrutar el corazón humano, desde la misericordia de Dios, para señalar el camino de la conversión como una oportunidad de vivir en libertad.


El desierto, una escuela de crecimiento:


Según Orígenes (teólogo de Alejandría, nacido en el año 185, maestro del cristianismo primitivo), para la Sagrada Escritura hay dos tipos de crecimiento: “uno corporal, en el que la voluntad humana no tiene ningún poder, y otro espiritual, en el que el esfuerzo del hombre constituye la causa del crecimiento”.


Es así como lo afirma: «crecía en espíritu», y no permanecía en la misma medida en que había comenzado, sino que constantemente el espíritu crecía en él, y de hora en hora y de momento en momento, a la vez que crecía su espíritu, también progresaba el alma. Y no solo progresaba el alma, sino que también los sentidos y la inteligencia secundaban el crecimiento de su espíritu. (Orígenes, Homilías sobre el Evangelio de Lucas).


San Juan Bautista nos enseña que, la realización de nuestro propósito de vida, se fundamenta en el crecimiento del espíritu, el cual, como bien nos enseñan los santos carmelitas, requiere nuestra disposición y cooperación.


El desierto es escuela, porque sus características inhóspitas se vuelven herramientas de formación, enseñan a vivir en libertad frente al mundo, a depender de Dios, es decir, a vivir confiando en él y reconociendo que los dones que recibimos vienen de él y a él pertenecen, por tanto son para glorificarlo, en esta escuela se construye una relación sólida con Dios, a través de la comunicación interior, donde la escucha se entrena con disciplina y la mirada solo tiene un paisaje, Dios.


Esta escuela afina el carácter, para responder con determinación y amor por la verdad, a la misión designada. De esta preparación surge la autoridad espiritual, con la que Juan predicó y la fuerza liberadora de su mensaje, que al entenderse como una oportunidad de cambiar la vida, genera alegría en quienes la acogen.


Tu historia,


Ahora queremos que tú continúes esta reflexión:


¿Cuál es tu origen?, las condiciones, el momento histórico, el lugar, nada fue casualidad, tu concepción fue deseada por Dios, para hacer de ti motivo de alegría.


Tu nacimiento, fue motivo de alegría para el Señor, hoy pregúntate si tu existencia ¿alegra tu corazón’, ¿estás satisfecho con lo que tú eres?; tu presencia ¿es motivo de alegría para otros? y ¿cómo puedes contribuir para ser motivo de alegría? ¿necesitas trabajar algo en tí?


¿Cómo te preparas cada día para realizar tu misión?, es decir, para que tu existencia sea agradable, revisa tu vida de oración, tu escucha interior, tu libertad frente a las cosas del mundo, tu nivel de crecimiento frente a tiempos anteriores.


Todos tenemos algo por mejorar, cada amanecer es el nacimiento hacia una nueva oportunidad. ¿Cuál es la escuela de crecimiento que Dios te presenta hoy? Mira tu desierto y aprovéchalo para crecer, solidificar tu relación con Dios, afinar tu carácter y prepararte para responder a tu propósito, para señalar a otros la Luz verdadera, a Cristo como salvador. De esta manera tú eres alegría para Dios, para tí y para otros.


Oramos con este hermoso himno de la liturgia de las horas correspondiente a las Laudes de hoy:


VOZ MÁS RICA QUE UN CONCIERTO

Voz más rica que un concierto

y que sube hasta el Jordán

es la voz, a campo abierto,

del que clama en el desierto,

y que lo llamaron Juan.


Vio cómo el cielo se abría

sobre el Cordero de Dios,

y su voz le anunciaría.

¡Oh radiante profecía

que por siempre unió a los dos!


Más aún, en su presencia,

con humilde sumisión,

pide el que es Dios por esencia

bautismo de penitencia

para empezar su misión.


Juan bautiza al Deseado,

¡doble abismo de humildad!:

ante el Hijo muy amado,

por el Padre proclamado,

se rindió su caridad.


¡Oh sin par doxología!:

voz del Padre en el Jordán,

el Hijo que la acogía

y la Paloma que ardía

sobre Jesús y san Juan. Amén.


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