En la historia surgieron muchas mujeres que marcaron la diferencia, que dejaron huellas profundas, que nadaron contra corriente, y hoy deseo presentar unas pinceladas de dos de ellas, excepcionales: Teresa de Jesús (de Ávila) y Teresa del Niño Jesús (de Lisieux).
Dos santas de nuestra Orden del Carmen que supieron romper toda la lógica del mundo y vivir su existencia en entrega amorosa a Dios. En el encuentro personal con Cristo, cada una vivió una experiencia propia, un camino nuevo que tocó lo profundo de su ser.
Teresa de Jesús fue la primera Doctora de la Iglesia, aquella que rompió muchos hitos históricos, primera mujer que fundó una orden en la rama masculina, escritora, mística, maestra de vida espiritual, nacida en Ávila, España.
También, Doctora de la Iglesia es Teresa del Niño Jesús, otra mujer excepcional, que desde muy pequeña vivió intensamente el Amor; con cariño la llamamos Teresita; ella, con solo 15 años de edad ingresó al convento de Lisieux. Siendo monja de clausura, es patrona de las misiones; su doctorado fue proclamado por el Papa Juan Pablo II en el año 1997, cuando se conmemoraba los cien años de su muerte. Cabe destacar que solo hay cuatro mujeres en nuestra Iglesia que recibieron este honor; las otras dos son: Santa Catalina de Siena y Santa Hildegarda de Bingen, quien vivió entre los años 1098 y 1179, pero que fue nombrada doctora recién por Benedicto XVI.
Meditando sobre las dos mujeres excepcionales, como llama el Papa Francisco a Santa Teresa de Jesús, con motivo de su quincuagésimo aniversario doctoral. Y yo adiciono a Teresita, en su vigésimo quinto año como doctora de la Iglesia. Ambas santas tienen una identidad propia, con distintos caminos de santidad, y un solo fin: “el matrimonio espiritual”, el donarse y entregarse totalmente al Amado. Ambas anduvieron caminos novedosos, nos legaron grandes lecciones, porque hicieron una relectura del evangelio, se lo apropiaron, lo actualizaron en su vida y en su quehacer y dejaron una verdadera joya en sus escritos.
¿Qué es un Doctor de la Iglesia?
Doctor de la Iglesia es un título otorgado por el papa o un concilio ecuménico a ciertos santos que son eminentes maestros de la fe para los fieles de todos los tiempos. Hablar del Doctorado en la Iglesia es hablar de Santos, hombres y mujeres, todos, expertos en la fe.
La Iglesia tenía treinta y seis doctores, que han ejercido una influencia especial sobre el desarrollo del cristianismo, sentando las bases de la doctrina sucesiva, o interpretando de forma esclarecedora y perdurable vastos campos de la Revelación.
Mucho más que un estudio sobre Dios.
Nuestras queridas Santas no son prominentes teólogas, salidas de aulas universitarias, ni son grandes filósofas, ni tienen estudios universitarios; pero, sí, muchas letras, y es que la teología de ellas mana del corazón enamorado, las enseñanzas de la doctrina se convierten en particular confesión de fe, experiencia del misterio cristiano y camino de santidad. En ambas Teresas encontramos a una maestra de vida espiritual para nosotros; sus testimonios de amor a Dios son un todo armonioso de verdades de fe, doctrina verdadera y camino de revelación divina, pues cada una lee su propia historia con la mirada divina, y desde ese punto comienza a tejer su nueva historia con los hilos de amor, de servicio, de obediencia y entrega.
Con sus escritos, ambas desarrollan una teología desde el Corazón de Cristo que consiste en un aprender cada vez más de Cristo y llevar a otros al encuentro con Él. Se trata de una teología espiritual que brota de la experiencia fontal de la vida cristiana, el misterio pascual de Cristo, y nacida desde el centro mismo del corazón de Cristo, manso y humilde, es decir, desde la configuración con Cristo o desde la reproducción de la imagen de Cristo, como indica San Pablo (Rm. 8, 29). Se trata de una teología que nace del Espíritu de Dios y se comunica al espíritu humano, promoviendo un trato teologal de corazón a corazón, de alma enamorada a alma enamorada. De esta manera, la teología espiritual de las dos Teresa no solo promueve la reflexión y la práctica de la espiritualidad, sino que cualifica una pastoral de la espiritualidad que se caracteriza por ser una experiencia personal de Cristo. Es teología espiritual, vivida y enseñada por medio de la santidad de vida.
Es la “Ciencia del amor divino”[1] la que ilumina el corazón del teólogo para adentrarse en lo ancho, largo, alto y profundo del amor de Dios. Es lo que indicó Santa Teresita del Niño Jesús en una carta a su hermana Celina:
“Rézale mucho al Sagrado Corazón. Tú bien sabes que yo no veo al Sagrado Corazón como todo el mundo. Yo pienso que el corazón de mi Esposo es sólo para mí, como el mío es sólo para él, y por eso le hablo en la soledad de este delicioso corazón a corazón, a la espera de llegar a contemplarlo un día cara a cara...”[2]
1. Santa Teresita del Niño Jesús, Camino nuevo de Santidad
Para Teresita del Niño Jesús y de la Santa Faz, el corazón de Jesús es sólo amor y misericordia, y es en ese “de corazón a corazón” que ella experimenta a Jesús como la manifestación del amor misericordioso de Dios Padre. Esto le lleva descubrir en julio de 1897, como fruto de una búsqueda, “la santidad”, tal como cuenta en el siguiente escrito:
“En vez de desanimarme, me he dicho: el buen Dios no puede inspirar deseos irrealizables, por eso puedo, a pesar de mi pequeñez, aspirar a la santidad; llegar a ser más grande me es imposible, he de soportarme tal y como soy, con todas mis imperfecciones; sin embargo, quiero buscar el medio de ir al Cielo por un camino bien derecho, muy breve, un pequeño camino completamente nuevo... Quisiera yo también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección» (Historia de un alma, Ms C, 2v° y 3r°).
¿Y cómo logró alcanzar Santa Teresita la inmensidad del amor?
a)- Desde su pequeñez
Ante la constatación de la difícil labor de subir la gran montaña hasta la santidad y ella viéndose como un pequeño grano de arena, pisoteado en el suelo, descubre que subir no puede con sólo sus fuerzas y que, envés de subir, ella debía empequeñecerse, ser tan pequeña que pueda caber en las manos de Dios para que Él, como un ascensor pueda subirla, arroparla y cuidarla; el descubrirse pequeña a los ojos de Dios es abandonarse completamente a Él, es el olvido de sí, de sus propias fuerzas, para poder poner la confianza en la verdadera fuerza que es Él.
En esta cultura donde se prioriza el ego y todas las pretensiones de poder, el camino de la pequeñez evangélica es el desafío más grande que debemos afrontar y vivir los cristianos de hoy.
b)- La caridad es la clave
Teresita del Niño Jesús nos deja un caminito, para llegar hasta Él, “la caridad” que es Amor. Así lo dice ella:
“La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que, si la Iglesia tenía un cuerpo, compuesto por diferentes miembros, no le faltaba el más noble de todos: comprendí que la Iglesia tenía un corazón y que este corazón ardía de amor. Comprendí que sólo el Amor hacía actuar a los miembros de la Iglesia: que, si el Amor se apagara, los apóstoles no anunciarían el Evangelio, los mártires no querrían derramar su sangre (…). Comprendí que el Amor encerraba todas las vocaciones (…). Entonces, con alegría desbordante, exclamé: oh Jesús, Amor mío, (…) por fin he encontrado mi vocación” (Historia de un alma, Ms B, 3v°).
Es esta “comprensión del amor” la que necesitamos los laicos de hoy, para servir a la Iglesia en la caridad pastoral y en la misión que nos toque realizar en la familia, en las parroquias o en los movimientos con los que estamos comprometidos.
c)- Vocación del amor y la santidad
San Teresita ha llegado al descubrimiento personal: “Mi vocación es el amor”. Ella supo vivir su vocación al amor en el cotidiano vivir, es decir, en esas pequeñas entregas diarias donde se teje el amor, como el ofrecer amor junto a la cama del prójimo que te necesita, envés de un festejo al que esperaste ir por mucho tiempo. Amar es escoger con el corazón lo que sea más agradable a Dios, es olvidarnos de nuestro contento por contentar a quien amamos.
Ser el amor en la Iglesia consiste en testimoniar el amor, en vivir de amor como repite en muchos textos y lo describe en su poesía que lleva como título la misma expresión: “Vivir de amor”. Amor y santidad se explican mutuamente. La santidad es un acto de amor, y amar conlleva sufrir, tal como escribe a su hermana Paulina:
«La santidad no consiste en decir cosas hermosas, ni consiste siquiera en pensarlas o en sentirlas... Consiste en sufrir, y en sufrir toda clase de sufrimientos. «¡La santidad hay que conquistarla a punta de espada! ¡Hay que sufrir..., hay que agonizar...!» Vendrá un día en que las sombras desaparecerán, y entonces no quedará ya nada más que la alegría, la embriaguez...».[3]
d)- El Abandono en los brazos de Jesús y en los brazos del Padre
El amor, el abandono y la pequeñez serán para ella el ascensor para subir a Dios, no por nuestros esfuerzos sino por su misericordioso amor, que se abaja hasta nosotros y nos sube hasta Él. El amor es la gracia de Dios que se ocupa de cada alma y la eleva.
Santa Teresita del Niño Jesús nos sigue explicando:
Así como el sol alumbra a los cedros y al mismo tiempo a cada florecilla en particular, como si sola ella existiese en la tierra, del mismo modo se ocupa nuestro Señor particularmente de cada alma, como si no hubiera otras” (Historia de un alma, Ms A, 3r°).
Ese sabernos amados, atendidos y cuidados particularmente por Él, -o como suelo decir: ser la adulada de Dios-, la mimada de Él, es el caminito que nos lleva a la santidad. Caer en la cuenta de que, solo siendo pequeños, quitando nuestras autosuficiencias, mostrando que no tenemos las fuerzas para poder por nosotros mismos llegar a la santidad, es el camino para que Dios sea quien se abaje y nos suba a donde Él quiera.
Esta ocupación de Dios por cada alma conlleva el abandono confiado a Él. El abandono es una palabra que ha tocado el corazón de Santa Teresita y caracteriza el caminito espiritual. Lo había admirado en Santa Cecilia (Ms. A, 61, v°), y sentido en la palabra de Celina escrita en “un barquito que llevaba al Niño Jesús dormido con una pelotita a su lado” (Historia de un alma, Ms A. 68r°) Y en medio de su aridez espiritual, el abandono en el amor es único guía:
“Tampoco deseo ya ni el sufrimiento ni la muerte, aunque sigo amándolos a los dos. Pero es el amor lo único que me atrae... Durante mucho tiempo los deseé; poseí el sufrimiento y creí estar tocando las riberas del cielo, creí que la florecilla iba a ser cortada en la primavera de su vida... Ahora sólo me guía el abandono, ¡no tengo ya otra brújula...!” (Historia de un alma, Ms A. 83r°).
Se trata del abandono en los brazos de Jesús:
“Pero no me desanimo nunca, me abandono en los brazos de Jesús. La gotita de rocío se hunde más adentro en el cáliz de la Flor de los campos y allí encuentra todo lo que ha perdido, y mucho más.”[4]
Es también el abandono en los brazos de Dios Padre: “Este camino es el abandono del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón. Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece y perdona».”[5]
e)- La oración, desde la lectura del Evangelio
Lo que marca la diferencia en nuestras queridas Santas es la experiencia de Dios, experiencia de amor que plasman en sus distintos escritos y poemas, una experiencia marcada por algo, o más bien por Alguien. El encuentro y la experiencia con el AMADO les dan autoridad de compartir y repartir esa teología del corazón, la ciencia del amor. Es la experiencia del corazón enamorado por Dios que nos invita hoy a hacer la misma experiencia de Dios, en lo escondido, en lo pequeño, en lo cotidiano, donde nos desenvolvemos día a día. Es la experiencia de alguien que nos lanza a llevar la cruz y a buscar algo que nos haga sentir felicidad, en tanto bienaventuranza, o la sensación de marcar la diferencia con nuestra vida. Para hacer esta experiencia, se debe llegar al encuentro de Aquel que nos habita, reconocernos habitados por la divinidad, reconocer su actuar en cada momento. Estamos llamados a ser buscadores del actuar divino en nuestra oscuridad, en nuestras noches, en la oración diaria, el encuentro con Cristo Eucaristía, las confesiones periódicas, el oficio de las horas, la meditación de la palabra, etc.
Son momentos preponderantes de unión, de encuentro con Cristo, como ya nos decía Santa Teresita del Niño Jesús: “¡Qué grande es, pues el poder de la oración! Se diría que es como una reina que en todo momento tiene acceso libre al rey y que puede alcanzar todo lo que pide.” (Historia de un alma, Ms. C. 25r°). La oración es el acceso directo al Rey, al Amado, al Amor; es por ello que debemos realizarla con “determinada determinación”, que nace de un corazón enamorado, de una conciencia que experimenta el gran amor de su Creador, y que ha de ser la respuesta del sabernos amados por Él. Santa Teresita del Niño Jesús nos lo explica: “la oración es un impulso del corazón, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría” (Historia de un alma, Ms. C. 25r°).
Orar es vivir al compás del corazón que ama con el amor del Espíritu de Dios. Y es en la cotidianidad donde Él nos habla al corazón si es que deseamos descubrirlo y escucharlo en el Amor al hermano, en el no quejarnos cada día, en el confiar absolutamente en la providencia divina, y en eso Santa Teresita del Niño Jesús nos enseña con su propia vida:
“En la recreación y en la licencia, debo buscar la compañía de las hermanas que peor me caen y desempeñar con esas almas heridas el oficio de buen samaritano. Una palabra, una sonrisa amable bastan muchas veces para alegrar a un alma triste” (Historia de un alma, Ms. 28r°). De esta manera, orar es vivir el Evangelio de Jesús.
Buscar lo que más nos cuesta y hacerlo de todo corazón, como escuchar el lamento del hermano, darle una sonrisa al que está deprimido, dar palabras de esperanzas en la oscuridad del alma, sin salir ni quisiera de nuestro cotidiano vivir, en la universidad, en el trabajo, en el hogar, como laicos, como casados, o quizás como religiosos, religiosas, sacerdotes; todos tenemos cada día la oportunidad de ser buenos samaritanos a nuestro paso; todos tenemos la tarea cada día de ser reflejo de la misericordia y del amor divino; todos somos receptáculos de ese amor, y ese mismo amor debe ser la fuerza transformadora de este mundo que necesita de nuestras manos, de nuestro corazón colmado del Amor, para que haya un cambio, para que haya luz y esperanzas. En un mundo tan individualista, debemos llenarnos de Amor para dar Amor, vivir contracorriente, sirviendo desde el Amor de Dios, desde la experiencia del corazón.
Nuestras queridas Santas, han actualizado en sus vidas el evangelio, han hecho carne las enseñanzas del maestro, y en sus escritos encontramos riqueza de vida, de experiencias que nos motivan, animan y encaminan sin error hasta el Amor, y que nos ayudan a responder amorosamente a Quien nos Ama.
2. Santa Teresa de Jesús, asunto entre amigos
En la amistad, salimos de nosotros mismos, de nuestro aislamiento egocéntrica o narcisista, para encontrarnos con el otro. Solo al salir podemos disfrutar de la compañía del otro. Así, también la oración es un momento privilegiado de dos, un encuentro, una relación; es el lugar donde cabe toda la vida y a todos los que amamos. La oración es el lugar de encuentro, de cercanía y de presencia activa; es el vaciarnos de nosotros para llenarnos de la presencia divina.
En este sentido, ya el antiguo testamento nos ofrece muestras del encuentro entre amigos, y el vaciarse se personifica en el descálzate que Dios dijo a Moisés. Dios se abaja y habla con el pueblo, con sus amigos; los escucha, los reprende, los corrige y les enseña; es un ir y venir; es una relación de amor; no es monologo sino un encuentro, una conversación, un diálogo que llega a su plenitud en la encarnación del Verbo, porque Jesús es quien quiso llamarnos y hacernos sus amigos (Jn. 15, 15).
a)- Trato de amistad
Santa Teresa de Jesús escribe:
“No es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8,5).
La oración es momento que se transforma en relación, en trato de amor, de amistad. No es cuestión de hacer, sino de ser. Este trato necesita de la humildad humana, la autenticidad de la persona, porque encierra andar en la verdad para encontrarse con el que nos ama, desde el principio. Este trato es cordialidad, es tejer momentos de intimidad, de amor y cercanía, es un quehacer cotidiano, continuo y permanente, o, en lenguaje de Teresa, es
“tratar… estando muchas veces tratando a solas”. Es el gran desafío que tenemos los laicos: perseverar en la oración a pesar de los ruidos que tenemos y de las dispersiones que nos descentran del Amado.
b)- Nace del corazón
La oración nace del corazón, un corazón que, al saberse amado, ama y, en ese amor, responde con el “impulso del corazón”; es la respuesta de amor, de cercanía y de abandono. Entonces la oración es un trato de amistad, que nace del impulso del corazón que ama, y se sabe amado por el mismo Amor. En esta línea, el catecismo de la Iglesia nos enseña, en el nro. 2709, que “la contemplación busca al “amado de mi alma” (Ct 1, 7; cfCt 3, 1-4)”. Esto es, a Jesús y, en Él, al Padre. Jesús es buscado en la oración, porque desearlo es siempre el comienzo del amor; y es buscado en la fe pura, esta fe que nos hace nacer de Él y vivir en Él.
La oración que nace del corazón enamorado se manifiesta en la mirada amorosa al Amado. Es por eso que Santa Teresa nos pide que lo miremos: “Mírale que te mira”. También, la oración es escucha. Orar es escuchar al Maestro que nos enseña a orar, “pues de tal maestro como quien nos enseñó esta oración y con tanto amor y deseo que nos aprovechase” (C. 24, 3).
c)- En soledad habitada
Orar es estar “a solas” con quien nos ama. Es estar en silencio. Así, nace la oración, la cual es soledad habitada y preñada de presencia; a la oración venimos para pasar tiempo con Dios que nos espera, que nos ama y nos abraza tiernamente, en silencio; venimos a amarle y a dejarnos amar por Él, estando a solas con Él. Es el contemplar de María, hermana de Marta, a la que se refiere el evangelio (Lc. 10, 38-42); como aquella que escogió la mejor parte, a la oración venimos a estar con Él, a ponernos a sus pies, a escucharlo con atención, a mirarle y dejarnos mirar con esa mirada misericordiosa con la que nos acoge siempre.
d)- Determinada determinación: resiliencia, decimos hoy
La oración debe ser continua, constante, al ser una relación amorosa; se debe alimentar cada día, sin importar la situación, el estado de ánimo, o cualquier auto excusa que podamos inventar; hay que perseverar y superar los obstáculos que aparecen en el camino espiritual. La oración exige decisión firme o determinada determinación para soportar de modo resiliente las adversidades y superarlas; ya nos advertía Santa Teresa de Jesús:
“Digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar al final, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabajase lo que se trabajare, murmure quien murmurare...” (C. 21,2).
Orar es seguir a Jesús orante, determinarse por Él, tratar de amistad con él; no es cosa sencilla, pero tampoco es algo que se hace imposible. La amistad con Jesús es exigente, pues aquí no se juega una parte de la vida, sino toda la vida. Orar es darse del todo al todo sin hacerse partes” (Cfr. C. 8, 1). En la oración se entrega la vida por el proyecto del Reino de Dios. Orar es amar, dar amor y recibirlo.
La determinación implica radicalidad, optar por el mejor AMOR, la radicalidad se manifiesta única y exclusivamente desde el amor. Determinarse es enamorarse, comprometerse de por vida, llegar a no entender la vida sin Él. La determinación es la respuesta del corazón enamorado, que tiene su raíz en la experiencia de sentirse amado por Dios. Este amor debe concretarse diariamente y en cada momento, en la cotidianidad de la vida. (Lc. 9:23). Orar es ponerse en el seguimiento de Jesús. Y Él decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su Cruz cada día, y sígame. La determinación es llevar cada día la Cruz como respuesta de amor por Aquel que entregó su vida por amor.
e)- Obras quiere el Señor, servicio universal
La oración no se encierra, ni es un momento egoísta y aislado, al ser una relación de amor, de encuentro, una cita de enamorados, donde ambos se miran, se conocen y se aman con el amor que desborda, que urge por extenderse, esparcirse y contagiar a todos con el fuego de amor que se lleva dentro. Es el motivo por el cual la oración nos empuja e impulsa al servicio, a la misión; la oración nos debe llevar a la entrega, a la atención al hermano necesitado, a los pobres, a los desplazados y marginados de la sociedad.
De la oración surge la entrega de nuestra propia vida, porque ya nos lo decía Santa Teresa de Jesús: “Cuando yo veo almas muy diligentes a entender la oración que tienen y muy encapotadas cuando están en ella, que parece no se osan bullir ni menear el pensamiento porque no se les vaya un poquito de gusto y devoción que han tenido, háceme ver cuán poco entienden del camino por donde se alcanza la unión, y piensan que allí está todo el negocio. Que no, hermanos, no; obras quiere el Señor, y que si ves una enferma a quien puedes dar algún alivio, no se te dé nada de perder esa devoción y te compadezcas de ella; y si tiene algún dolor, te duela a ti; y si fuere menester, lo ayunes, porque ella lo coma, no tanto por ella, como porque sabes que tu Señor quiere aquello. Esta es la verdadera unión con su voluntad, que si vieres loar mucho a una persona te alegres más mucho que si te loasen a ti.” (6M. 3, 11)
Y es que Marta y María deben ir de la mano, sino ¿quién atenderá y alimentará al Señor que habita en los prójimos? Es la unión de la vida y la oración en la acción la que hace la diferencia. La oración nos impulsa a amar cada persona y cada situación que surja, amarla desde la mirada divina. Así, las enfermedades, dolencias, angustias y noches oscuras, son caminos en compañía, en oración; son vidas pasadas por la plegaria y ofrecidas como sacrificio; son ofrendas de amor elevadas en el altar junto al cuerpo y la sangre de Jesús.
Invitación y preguntas
Amigo, te invito a conocer más a nuestras queridas Santas, sus escritos, enseñanzas, poemas, etc. Te invito a vivir este camino de amor, con grandes enseñanzas, pero recordando que, al ser experiencia divina, siempre viene con novedad; es un camino virgen para cada quien. Las enseñanzas de nuestros Santos del Carmelo son luces, pautas que, al pasar por nuestra oración, por nuestras vidas y convertirse en experiencias nuestras, se transforman en camino virgen y único, en relación única entre el Amado y tú.
Te dejo algunas preguntas detonantes que pueden luego llevarte a la oración, al encuentro con aquel que nos Ama y nos espera en cada momento: ¿Qué es para mí la oración? ¿Quién es Dios para mí? ¿Logro encontrar a Dios en lo cotidiano? ¿Estoy escogiendo lo que “más me cuesta” cada día, o prefiero lo fácil y placentero? ¿Logro encontrar y amar a Dios en mis prójimos?
[1] Carta de San Juan Pablo II con la que se declara Doctora de la Iglesia Universal a Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz: «DIVINI AMORIS SCIENTIA.» [2] Cta 123 A la señora de Guérin, 15 de octubre de 1890 [3] Cta. 89, A Celina, 26 de abril de 1889. [4] Cta 143 A Celina, 23 de julio de 1893. [5] Cta 196 A sor María del Sagrado Corazón, septiembre de 1896.
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