Hoy celebramos la fiesta de la Presentación del Señor, ¿sabías que esta fiesta también es conocida como la fiesta de la Candelaria? Así es, también se conocía como Fiesta de la Purificación de la Virgen y era considerada una de las fiestas importantes de Nuestra Señora. Lo más llamativo de la celebración era la procesión de las candelas, de hecho, en algunas comunidades aún se hace. De ahí el nombre de «Candelaria».
¿Qué hemos visto nosotros?
Esta fiesta la celebramos 40 días después de la Navidad y conmemorados ese día en que Jesús, como todo niño judío, fue presentado en el templo por sus padres ¿hermoso no? María y José, era fieles a su fe y su costumbres. En realidad, me gustaría que pensemos en un momento sobre estos 40 días.
Estamos comenzando el segundo mes del año, ya han pasado 40 días desde desde la Navidad y 33 días de haber iniciado el año. Aunque parece poco tiempo, muchos de nosotros ya hemos olvidado nuestros propósitos de año. ¡sí, así de rápido nos olvidamos de lo que hemos prometido cambiar y trabajar durante este 2022! Incluso podemos habernos olvidado del propósito de la santidad a la que todos estamos llamados.
Por eso, ver a María y José llevando al Niño al templo, nos debe interpelar. Ellos, no olvidaron el propósito de este Niño que llevan en brazo. Saben muy bien que no les pertence, y por eso, lo consagran al Señor.
Mis ojos han visto al Salvador
En este contexto nos aparece Simeón con su cántico: "Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para vien de todos los pueblos, luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel"
La pregunta que me surge al leer con atención el texto es ¿han sido mis ojos capaces de contemplar al Salvador? Pareciera ser una pregunta sin mucho hondura, pero es la clave de nuestra fe. Como cristianos estamos llamados a descubrir constantemente la presencia de Dios en nuestras vidas, y, tristemente, muchas veces lo dejamos pasar de largo.
El Salvador está frente a nuestos ojos; día a día se nos revela, pero no somos capaces de verlo por nuestras cegueras, porque llevamos los ojos vendos por nuestro egoísmo, por nuestra premura en la vida, por centrar nuestra mirada en el éxito y no en la humildad. Él está ahí, en el templo de nuestra historia presentándose cada día para que le contemplemos, para que le descubramos y para que le amemos.
Debemos detener nuestros pasos y silenciar nuestra voz por un momento. Es necesario también aprender a escuchar nuestro corazón. Sólo así podremos reconocerlo como lo hizo Simeón. Lo reconceremos inconfundible en el rostro sucio del niño que limpia parabrisas en el semáforo y en el sudor de la madre que abraza a su bebé mientras vende dulces. Lo veremos en los pasos del migrante y en el llanto de oprimido. En la sonrisa esperanzada de cada persona, que, a pesar del dolor, sigue creyendo en la vida.
La Salvación de Jesús es siempre nuestra esperanza. Es la razón por la que seguimos viviendo, luchando y creyendo. Él es nuestra salvación porque ha creído en nosotros, y por eso nosotros también podemos creer en Él.
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