Teresa de los Andes desde muy pequeña aprendió a amar a la Santísima Virgen María. Siendo muy niña junto a su hermano Lucho, rezaba el rosario todos los días, e hicieron juntos la promesa de rezarlo toda la vida. Ella jamás lo olvidará y en su adolescencia descubrió nuestra Orden de la Vienaventurada Virgen María del Monte Carmelo. Entró como Carmelita Descalza a los dieciocho años y murió once meses después siendo novicia en el Carmelo del Espíritu Santo de la ciudad de Los Andes.
"Ella jamás ha dejado de oírme", cuenta en su Diario. Cuando hizo su Primera Comunión su devoción especial era María, "le contaba todo, desde ese día la tierra para mí no tenía atractivo". (Diario, capítulo 6)
Los tres años siguientes después de recibir a Jesús por primera vez, Juanita durante el mes de María en Chile (8 de noviembre al 8 de diciembre) sufría una enfermedad, de la cual se recuperaba pronto. En el secreto de su corazón de niña solo ella comprendía que estas enfermedades respondían a una petición que le hizo a Jesús el día de su primera Comunión.
"Le pedí mil veces que me llevara, y sentía su voz querida por primera vez. ¡Ah Jesús, yo te amo; yo te adoro. Le pedía por todos. Y (a) la Virgen la sentía cerca de mí". (D. 6)
A los diecisiete años Juanita ordena sus apuntes espirituales recopilando todas sus reflexiones hechas en papeles sueltos y hace un resumen de la primera etapa de su vida para dedicar su Diario a Madre Julia Ríos, profesora del Colegio del Sagrado Corazón en Santiago de Chile. Es entonces cuando encuentra en uno de sus cuadernos una cosa escrita que se titulaba : "Mi Espejo".
Mi espejo ha de ser María, puesto que soy su hija debo parecerme a Ella, y así me pareceré a Jesús. No he de amar sino a Jesús. Luego mi corazón ha de tener el sello del amor de Dios. Mis ojos se deben fijar en Jesús crucificado. Mis oídos han de oír constantemente la voz del Divino Crucificado. (D. 15)
No sabemos si esta reflexión la copió de algún libro o la inventó ella en un momento de oración. Sí tenemos la certeza que cada palabra la hizo suya, aprendió a "mirar y mirarse" en ese Espejo que es María. Y su Madre del cielo le ayudaría a configurarse con Cristo, que la imágen y semejanza de su Hijo se pudiera imprimir en su alma para siempre.
Después de esta hermosa reflexión, Juanita copió una carta que le había escrito a la Virgen, una noche en el internado del Sagrado Corazón, cuando ya el sufrimiento no podía ser mayor. Desahogó su corazón despedazado por el dolor, pidiendo incluso que no juntara sus pedazos... "sino que mane, que destile un poco de sangre. Me ahoga el dolor Madre mía. Sufro, pero estoy feliz sufriendo. He quitado la cruz a mi Jesús. Él descansa. ¿Que mayor felicidad para mí? (Diario, 15)
El Santuario de Lourdes
En Santiago se encuentra el Santuario de la Virgen de Lourdes, que es muy similar al de Francia. No hay chileno(a) católico(a) y devoto de María, que no haya visitado ese lugar. Juanita escribió las páginan más bellas dedicadas a María, relacionadas con la experiencia que se vive allí junto a la Madre.
Es un lugar que yo describiría como un "oasis" en medio del torbellino de la ciudad. En los tiempos de Juanita, hace cien años, era diferente; había más católicos, menos población en Santiago y más tranquilidad en los barrios santiaguinos. Hoy continúa siendo importante la afluencia de peregrinos, especialmente en las fiestas de María.
Juanita, el día 11 de febrero de 1917 fue al Santuario con su madre para pedir la curación de su hermano pequeño que entonces tenía siete años. Escribió al día siguiente en su libreta autógrafa Nº 2:
¡Lourdes! Esta sola palabra hace vibrar las cuerdas más sensibles del cristiano, del católico. ¡Lourdes! ¡Quién no se siente conmovido al pronunciarla! Significa un cielo en el destierro. Lleva envuelto en su manto de misterio todo lo grande de que es capaz de sentir el corazón católico. (D. 19)
Sus sentimientos más profundos, están expresados en sus palabras que conmueven a cualquier persona que lea sus escritos. Alegría, paz sobrehumana invadieron el corazón de esta joven ese día. Pudo observar a los peregrinos, que fatigados en el camino de la vida encontraron frente a la Madre un descanso, y dejar sin cuidado el bagaje de sus días, abriendo el corazón a la confianza, "y abrir su seno para recibir el agua del consuelo".
Su mirada de joven enamorada de Jesucristo, pudo ver la igualdad que nos hace a todos hermanos, sin distinción de ningún tipo, todos hijos de un mismo Dios, hermanos en su Hijo, quien nos dejó a María como Madre cuando estaba en la Cruz entregando la vida.
Es donde las lágrimas del pobre con el rico se confunden, donde solo encuentran una Madre que los mira y les sonríe. Y esa mirada y sonrisa celestiales hacen brotar de ambos pechos sollozos que el corazón, de felicidad, no puede dejar de escapar y que lo hace esperar, amar lo imperecedero y lo divino. (Idem)
Extasis, luz, felicidad, abandono y confianza total en su Madre del cielo, encuentra esta joven ese día en Lourdes. Y no solo habla por sí misma, supo interpretar el sentir de tantos hermanos en la fe, que como ella, estaban allí, suplicando, agradeciendo y pidiendo la protección de María. La pobreza, la enfermedad, odios, indiferencias, divisiones o cualquier pena de la vida, todo se queda en Lourdes. Y la Madre lo transforma en amor.
No creí que existiera la felicidad en la tierra; pero ayer mi corazón, sediento de ella, la encontró. Mi alma, extasiada en tus plantas virginales, te escuchaba. Eras Tú la que hablabas, y tu lenguaje de Madre era tan tierno... Era de cielo, casi divino. (Idem)
La relación de Juanita con la Virgen María, era una relación de Madre-hija, y con una confianza tan grande, que nada ni nadie en este mundo, era capaz de ensombrecer con sus dudas.
¿Quién no se anima Madre al verte tan pura, tan tierna, tan compasiva, a descubrir sus íntimos tormentos?
Y como ella creía tan firmemente que esto es así, no dudaba de la confianza de todos los hijos, sus hermanos contemporáneos. ¿Y por qué no, también nosotros hoy, que recibimos como una gracia su testimonio de confianza y amor a María?
¿Quien no te pide que seas estrella en este borrascoso mar? ¿Quién es el que no llora entre tus brazos sin que al pundo reciba tus ósculos inmaculados de amor y de consuelo?
Y Juanita entra en todas las realidades de dolor y sufrimiento del ser humano; el pecado, la pobreza, la riqueza que produce ataduras, la enfermedad, la falta de paz, el odio.
Sí, María, eres la Madre del universo entero. Tú corazón está lleno de dulzura. A tus pies se postran con la misma confianza el sacerdote como la virgen para hallar entre sus brazos el Amor de tus entrañas. (Idem)
Todos; el rico, el pobre, el afligido, el dichoso, los enfermos y los sanos. Todos los hijos de Dios encontramos como Santa Teresa de los Andes, el consuelo, la sonrisa celestial, sus dulces caricias, la dulzura del corazón de María.
Esta joven de solo diecisiete años, supo descubrir en María la insondable riqueza de su entrega amosora a la causa de la Redención desde el primer instante de su vida, y jamás fue desatendida. A ella le encomendó su deseo de ser carmelita descalza, creía con firmeza que Ella le abriría las puertas de ese "bendito asilo" como llamaba a su querido Carmelo.
En noviembre de 1917, ya iniciado el mes de María, hizo su exámen particular sobre esta devoción. Aconsejada por su director espiritual cada semana del mes hacía su oración con un rasgo de la persona de María.
La primera semana, que meditara en la grandeza de María. La segunda en la bondad de su corazón. La tercera en el amor maternal de su corazón. La cuarta como la debo honrar, amar y poner toda mi confianza en Ella. Me dijo que todo se lo diera a María para que Ella se lo presente a Jesús. (D. 36)
Conclusión
En estos días estamos rezando en comunidad en muchos lugares del mundo, la Novena de la Virgen del Carmen. El día septimo, unimos la Novena a la elebración de santa Teresa de los Andes, nuestra Juanita.
Demos gracias a Dios por este testimonio de amor de una joven que eligió a María como luz en el camino de su vida, y como un "Espejo" donde ella pudiera mirarse, y a su vez la Madre contemplar en su hija las maravillas de Dios, en lo que a veces parece un largo proceso de crecimiento y desarrollo, pero que en definiva es alcanzar la meta para la que todos nacimos, que es la plenitud en Dios. No olvidemos que el secreto de Juanita estaba en su totalidad de entrega al Amor, que ella hizo posible con la ayuda de María.
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