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Foto del escritorBriggite Avila

La transfiguración es ver la gloria de Dios a través del crecimiento

La fiesta de la transfiguración del Señor está ubicada 40 días antes de la fiesta de la Santa Cruz, que en algunos países se celebra el 14 de septiembre, ambos acontecimientos (transfiguración y cruz) están estrechamente ligados. De ahí que, la experiencia de los apóstoles en la transfiguración, es previa a la crucifixión según los evangelios.


El sentido de esta experiencia está iluminado por la pasión de Jesús, el evangelio de Marcos (9, 2-10), similar a los otros dos sinópticos, nos narra que tres discípulos fueron elegidos por Jesús para que lo acompañaran:


Seis días más tarde tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, se los llevó aparte a una montaña elevada. Delante de ellos se transfiguró; su ropa se volvió de una blancura resplandeciente, tan blanca como nadie en el mundo sería capaz de blanquearla. Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús:

Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Vamos a armar tres chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. No sabía lo que decía, porque estaban llenos de miedo.

Entonces vino una nube que les hizo sombra, y salió de ella una voz:

Éste es mi Hijo querido. Escúchenlo

De pronto miraron a su alrededor y no vieron más que a Jesús solo con ellos.

Mientras bajaban de la montaña les encargó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos cumplieron aquel encargo pero se preguntaban qué significaría resucitar de entre los muertos.


Ser elegido

Tomó Jesús a Pedro, Santiago y Juan, para apartarlos a una montaña elevada, esto significa que fueron elegidos por Jesús: “A tres discípulos se les otorga el privilegio de una experiencia singular, que es iluminación, aliento y exhortación” (Pérez, 1995. p. 159). ¿Por qué ellos tres? ¿Qué hubo en ellos para que fueran tomados por Jesús?


Para encontrar respuestas, fijémonos en el para qué de su elección, dice el evangelio que fueron llevados aparte, es decir, a solas, separados del resto, hacia una montaña, y en esta versión del texto aparece el adjetivo “elevada”.



La Sagrada Escritura desde el Antiguo Testamento, nos enseña que la montaña es un lugar teológico, lugar de oración y encuentro con Dios, encuentro de intimidad, similar a la experiencia de Moisés en el monte Horeb por ejemplo, Jesús sube también a solas a la montaña para orar y en situaciones importantes, para discernir decisiones, descansar en Dios, etc.


Los santos carmelitas, especialmente San Juan de la Cruz ,nos presentan la figura del monte como una escuela de crecimiento espiritual, podemos adelantarnos a deducir que estos tres discípulos, representan el momento en que somos elegidos para subir a otro nivel de fe.

El contexto anterior a este relato, nos presenta el primer anuncio de la pasión de Jesús y las condiciones que implican ser discípulo, (el que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y me siga Mc 8, 34), donde precisamente se hace énfasis en cargar la propia cruz. Pensemos en el corazón del discípulo frente a aquella situación, se les anuncia algo desconcertante, su maestro padecerá, si ellos quieren seguirle vivirán algo similar, tienen al frente una propuesta de vida que les da plenitud, por vivir con el Amor verdadero, pero a la vez, hay un sinsabor por todo lo que se les advierte.


Ellos son convocados a un proyecto de vida grande, que revoluciona por completo la historia y los hace a ellos parte de esa transformación, sin embargo, es un camino nada fácil de transitar, porque trae consigo contrariedades, podemos decir que el corazón se llena de miedo, duda, hay deseo de seguir, pero a la vez hay duda, flaqueza, desconcierto por lo desconocido, incertidumbre y muchos otros sentimientos.


El discípulo que es tomado por Jesús, es aquél que se encuentra en esta situación, es el que se ha hecho íntimo con Jesús, pero tiene miedo de este caminar, no ha entendido este proyecto de vida, ese es el necesitado de la fuerza que viene de lo alto, para seguir con valentía y determinación. Esto solo se consigue a través de la oración.

Por estos motivos son llevados a una montaña, no de cualquier condición, sino a una “montaña elevada”, la montaña representa estado de oración, en esta oportunidad a un nivel de oración elevado, Santa teresa bien nos enseña sobre la oración:


Queda el alma de esta oración y unión con grandísima ternura, de manera que se querría deshacer, no de pena, sino de unas lágrimas gozosas. Hállase bañada de ellas sin sentirlo ni saber cuándo ni cómo las lloró; más dale gran deleite ver aplacado aquel ímpetu del fuego con agua que le hace más crecer. (Vida 19, 1).


¿Qué suscita en el discípulo este nivel de oración?


Un gran consuelo que se refleja en nuevas fuerzas.


A ellos se les muestra por anticipado la gloria de Dios en Jesús, que será perpetua, con ello se les invita a vivir con fe y esperanza todo lo que se viene, por adverso que sea, se les enseña que no hay gloria sin cruz, ellos reciben fuerza para seguir caminando con Jesús pese a todo. “Pero su recorrido no resultará ya tan penoso, al menos si los discípulos no olvidan ese destello de luz sobre la meta que, como anticipo, han percibido en la cima del monte”. (Pérez, 1995, p. 159).


Estamos en un momento histórico con muchas realidades difíciles, en las que fácilmente dudamos del proyecto de vida que nos propone el Señor, debido a que los acontecimientos vienen en contracorriente, vemos crisis en la vida sacerdotal y religiosa, en las familias, en las relaciones, en la sociedad en general.


Todos recibimos una vocación y a veces nos preguntamos si vale la pena, sobre todo cuando vemos que las familias se dividen, que la crianza de los hijos es cada vez más compleja, cuando vemos la persecución a la Iglesia, nos llenamos de miedo, al ver la vida religiosa en crisis, no solo porque aparentemente no hay vocaciones, sino también por la respuesta equivocada en el camino de algunos, que se dejan vencer por sus debilidades, nos sentimos pequeños ante ciertos modelos políticos y económicos, entre otras realidades; son situaciones que nos llenan de temor e incertidumbre y muchas veces nos impulsan a desistir.


Es un momento para dejarnos tomar por Jesús y ser apartados a otro nivel de oración, donde Dios quiere darnos nuevas fuerzas y llenarnos de esperanza, con la certeza de que en medio de la adversidad histórica, veremos su gloria en ese proyecto de vida que él nos ha presentado, en el cual Jesús es el eje.


Bajo su sombra


El evangelio nos da más pistas, nos cuenta que los discípulos al ver la escena gloriosa de Jesús en diálogo con Moisés y Elías, se experimentan llenos de miedo, es un temor por lo que hemos dicho, más lo desconocido que los supera y no saben cómo reaccionar, esto se refleja en la actitud de Pedro.


Como respuesta a ese miedo, una nube les hace sombra, nuevamente aparece un elemento teológico: “la nube”, en el Antiguo Testamento también se manifiesta como presencia protectora de Dios y es más claro cuando menciona la sombra, ella protege y refresca. Además representa la gloria y la santidad de Dios.


En medio de las altas temperaturas en nuestra vida, donde nos podemos sentir ahogados, siempre el Señor nos dará el respiro que necesitamos, Él siempre será nuestro refugio y frente a lo que nos supera, nuestra fuerza.

Las instrucciones


A continuación el relato da una instrucción clara: Escuchar: “Este recorrido queda marcado con un imperativo: la escucha. Auténtico discípulo es el que sabe escuchar al maestro, aun cuando sus palabras suenen a cruz y a sufrimiento”. (Pérez, 1995, p. 159).

Cuando los discípulos están confundidos, llenos de temor, con dudas, esto es lo único que queda, escuchar a Jesús. Es una actitud de humildad, reconocimiento y obediencia. Despojarse de los propios criterios para acoger los de Dios.


Al bajar de la montaña se les da otra instrucción, en esta oportunidad es Jesús quien se dirige a ellos, podemos afirmar que Jesús los elevó a otro nivel de oración, donde ellos fueron encontrados por su Padre, quien les mostró un futuro lleno de esperanza en medio de la adversidad y les dijo que es lo que tienen que hacer ahora: escuchar a Jesús.


Ahora Jesús les indica que, deben guardar en el silencio de su corazón lo que han contemplado, es tiempo de callar para interiorizar y dejar que madure el entendimiento, el relato dice que ellos aún no entendían qué significaba resucitar de entre los muertos.



Cuando no se comprende cómo llegará a la plenitud un proyecto de vida o cualquier situación, es mejor orar, escuchar a Jesús y hacer silencio para que madure el interior.

“Por lo cual, mejor es aprender a poner las potencias en silencio y callando, para que hable Dios” (San Juan de la Cruz, 3 S 3, 4)


Para concluir esta reflexión, recordemos que la transfiguración es una experiencia de la gloria de Dios a través del crecimiento, la fe nos da un anticipo de lo que será Dios en la vida de todos a través de Jesús, pero nos lleva a un itinerario de madurez que podemos sintetizar así:

  • Dejarnos tomar por Jesús

  • Subir con Él al monte de la oración

  • Contemplar la gloria de Dios

  • Dejarnos cubrir por su sombra

  • Escuchar atentamente a Jesús

  • Hacer silencio

Te invitamos a orar con el salmo 120:


Levanto los ojos a los montes:

¿de dónde me vendrá el auxilio?

El auxilio me viene del Señor,

que hizo el cielo y la tierra.


No dejará que tropiece tu pie,

no duerme tu guardián.

No duerme, ni dormita

el guardián de Israel.


El Señor es tu guardián,

el Señor es tu sombra,

el Altísimo está a tu derecha;

de día el sol no te hará daño

ni la luna de noche.


El Señor te guarda de todo mal,

él guarda tu vida.

El Señor guarda tus entradas y salidas

ahora y por siempre.


Referencias


  • Pérez. F. 1995. Comentario al Nuevo Testamento. La Casa de la Biblia: Madrid.

  • Schokel. L. 2014. La Biblia de Nuestro Pueblo. Biblia del Peregrino. XI edición. Ediciones Mensajero: Bilbao.




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