La fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, la celebramos el domingo después de Navidad. En la actualidad, es una Fiesta universal de la Iglesia que celebra la unidad familiar divina y humana de Jesús, María y José. Nos invita a acoger, vivir y proclamar la verdad y la belleza de la familia, según el plan de Dios, cuyo Hijo Jesucristo que quiso nacer en una humilde familia para hacer brillar su luz ante todas las naciones. Fiesta que nos lleva a interiorizar la santa vivencia de aquella familia en donde creció el Hijo de Dios.
Contemplando a la sagrada familia, compartiremos tres aspectos fundamentales de ella, que todas las familias podemos integrarlos también en nuestro cotidiano vivir.
LA FAMILIA QUE ORA
Hay un dicho popular: “Familia que reza unida, permanece unida”, y es la realidad, aunque la pregunta surge muchas veces: ¿Cómo rezar en familia?, porque normalmente la oración en familia, el trajín de cada día, a veces, resulta difícil. El reto de orar en familia es muy grande, porque se requiere voluntad para hacer tiempo, humildad y sencillez de corazón para aceptar que todos en la familia necesitamos de Dios, todos sin excepción.
El Papa Francisco nos exhorta a orar en familia, “Rezar juntos el "Padre nuestro", alrededor de la mesa, no es una cosa extraordinaria: es fácil. Y rezar juntos el Rosario, en familia, es muy bello, da mucha fuerza. Y también rezar el uno por el otro: el marido por la mujer, la mujer por el marido, ambos por los hijos, los hijos por los padres, por los abuelos… Rezar el uno por el otro. Esto es orar en familia, y esto hace fuerte a la familia: la oración.” [1]
Son detalles tan simples que marcan la diferencia. Recuerdo que, en época de la pandemia, en casa tuvimos la oportunidad de compartir la mesa todos los días, y comenzamos a bendecir los alimentos y orar antes de comer; cuando compartíamos con mis sobrinos, hermanos y padres, era un momento muy incómodo, de vergüenzas y risas furtivas, pero con el tiempo se convirtió en un momento fundamental al compartir los alimentos, tanto así que los más pequeños son los encargados de realizar la oración del Padrenuestro y el ave María. Ahora la realizamos con naturalidad, incluso, cuando salimos a comer a restaurante, captando la mirada un tanto desconcertadas y otras burlonas del personal que nos atiende.
Estos pequeños esfuerzos que podemos realizar como familia nos ayudan a unirnos más, a recordar en ellos a los necesitados y a agradecer por el pan de cada día.
Al contemplar a la sagrada familia, ella nos invita a orar, Jesús aprendió a comunicarse con Dios Padre en el seno familiar; de su familia aprendió a amar, respetar y vivir bajo la voluntad divina. José y María fueron ejemplos vivos de oración hecha acción en su vida. María, la esclava del Señor, le mostró al pequeño Jesús cómo ser esclavo del amor de Dios y José, con su silencioso actuar, siempre obediente a Dios Padre, le enseñó la obediencia y la cercanía del Padre.
LA FAMILIA QUE CREE Y CELEBRA
La vida de los padres es el libro que leen los hijos, nos dice San Agustín. Los padres son los responsables de la semilla de fe que deben inculcar a sus hijos. En el bautismo, al encender la vela, se recuerda a los Padres que deben hacer acrecentar esta luz que es Cristo, para que perseverando en la fe sus hijos puedan caminar siempre como hijos de la luz.
Contemplemos a la Sagrada Familia en las pocas líneas que encontramos de ella en el Evangelio de Lucas 2, 21-24: “Cumplidos los ocho días, circuncidaron al niño y le pusieron el nombre de Jesús, nombre que había indicado el ángel antes de que su madre quedara embarazada.
Asimismo, cuando llegó el día en que, de acuerdo a la Ley de Moisés, debían cumplir el rito de la purificación, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo al Señor, tal como está escrito en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al Señor. También ofrecieron el sacrificio que ordena la Ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones.”
Los padres, María y José, amando al Dios de sus padres y siguiendo las normas y tradiciones, realizan el cumplimiento de la ley del Señor, ellos cuidan la pequeña semilla de la fe y la hacen acrecentar en Jesús. Unos versículos después, resume el autor del libro sagrado los años de la infancia del niño Dios. Lucas 2, 40: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él”.
La sagrada familia es la casa donde Jesús crecía en Sabiduría, los brazos de María y de José eran la cuna que lo arropaba cada día. Al igual que ellos, debemos arropar, amar y cuidar a nuestros pequeños, para que crezcan en sabiduría, en amor a Dios y al prójimo, en servicio y comunión. En estos días de Navidad y comienzo de año, en muchos hogares se acostumbra a donar y servir a los más necesitados, a sensibilizarse con los pobres y menos afortunados. La fiesta de Navidad es tiempo de dar, de entregar y de amar a Dios en los rostros concretos del prójimo; también es un tiempo de celebrar, de compartir los sacramentos en familia, de fortalecer la fe de los más pequeños en casa, de cuidar y acrecentar el amor a Dios y a nuestra Iglesia. En este mundo con tantas luces de neón que encandilan, hagamos de la familia un espacio propicio, donde se pueda ver la luz verdadera que es el pequeño que nace en el pesebre, Jesús que nace en Belén.
LA FAMILIA QUE VIVE LA ALEGRÍA
La sagrada familia es sin duda una familia que sabe alegrarse, a pesar de las circunstancias adversas que le tocan vivir, que sabe entregar su dolor y sus miedos al Dios que en su infinito amor la ama, la cuida y le da lo necesario. Los miembros de la sagrada familia se fían en Dios, según Mateo 2, 13-14: “Después que ellos se retiraron, el Angel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle. Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto”.
La familia de José y María, con el recién nacido, tuvo que huir a tierras extranjeras, pasar peligros en los caminos, establecer su nuevo hogar y comenzar con lo poco que podían cargar, pero sobretodo con amor y esperanza en las promesas de Dios; aún, así, la familia vive con alegría, con entusiasmo; es la vida del Cristiano, que no es para nada fácil, que tiene sus penurias, que tiene sus oscuridades. Pero, en medio de esas realidades, los miembros de la familia son iluminados por Cristo, sostenidos por la esperanza en Dios, y cada dificultad es entregada por ellos como una ofrenda de amor.
En toda familia hay momentos felices y tristes, de comodidad y otros adversos, de enfermedad, de dolor. ¡Es la vida! Vivir el "evangelio de la familia" no nos exime de experimentar dificultades y tensiones, de encontrar momentos de feliz fortaleza y momentos de triste fragilidad. Las familias heridas y marcadas por la fragilidad, por los fracasos, por las dificultades, pueden resurgir acudiendo al Evangelio, pueden encontrar nuevas posibilidades para un nuevo comienzo, porque "la familia que vive la alegría de la fe la comunica espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo".[2]
Una familia que también tiene sus diferencias, que debe corregir y reprender a los hijos, poner límites y educar adecuadamente a los hijos, como nos recuerda el relato de Jesús perdido y hallado en el templo (Lc. 2, 42-52), que concluye:
“Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres.”
Los padres deben velar y cuidar amorosamente a sus hijos, y ellos deben vivir sujetos a sus padres. Es un deber que muchas familias de hoy no cumplen, porque los padres viven sometidos a los caprichos de los hijos y los hijos son pequeños tiranos de sus propios gustos y antojos, son familias que no tiene en su centro a Cristo, que son esclavos del mundo y no logran amar y vivir verdaderamente en Dios.
Es necesario que la familia de hoy contemple a la sagrada familia, como referencia de amor, de cuidado y comprensión. Vivir el evangelio de la familia no es fácil hoy en día, más aún en estos tiempos. Se nos critica o ataca simplemente porque queremos defender la vida desde el vientre materno o por defender a la familia sacramentalmente establecida. Sin embargo, en el Evangelio encontramos el camino para vivir una vida hermosa a nivel personal y familiar, un camino ciertamente exigente, pero fascinante. Es un camino que podemos recorrer siguiendo el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret y gracias a su intercesión.
Concluyo con una oración a la sagrada familia del Papa Francisco, para que ella interceda por cada uno de nosotros, que nuestras familias, en este año 2024, crezcan en fe y oración, en amor y alegría; y para que oremos por tantas familias rotas por la guerra, las migraciones y faltas de oportunidades, por las familias golpeadas por el desempleo, por las drogas y el alcohol, por las familias flageladas por la pobreza y el hambre, por las familias que están a la deriva y son náufragos en un mundo consumista y deshumanizado. Oremos por ellas, por todas las familias y por la nuestra.
Jesús, María y José,
Sagrada Familia de Nazaret,
hoy dirigimos a vosotros nuestra mirada
con admiración y confianza;
en vosotros contemplamos
la belleza de la comunión en el amor verdadero;
os encomendamos a todas nuestras familias,
para que se renueven en ellas las maravillas de la gracia.
Sagrada Familia de Nazaret,
atractiva escuela del santo Evangelio,
enséñanos a imitar tus virtudes
con una sabia disciplina espiritual,
concédenos la mirada clara
que sabe reconocer la Providencia
en las realidades cotidianas de la vida.
Sagrada Familia de Nazaret,
custodia fiel del misterio de la salvación
reaviva en nosotros la estima del silencio,
haz de nuestras familias cenáculos de oración
y transfórmalos en pequeñas iglesias domésticas,
renueva el deseo de santidad,
sostén la noble labor del trabajo, de la educación,
de la escucha, de la comprensión mutua y del perdón.
Sagrada Familia de Nazaret,
devuelve a nuestra sociedad la conciencia
del carácter sagrado e inviolable de la familia,
un bien inestimable e insustituible.
Que cada familia sea un hogar acogedor de bondad y de paz
para los niños y los ancianos
para los que están enfermos y solos
para los pobres y necesitados.
Jesús, María y José
con confianza os rogamos,
con alegría nos encomendamos a vosotros.
(Papa Francisco, Oración recitada ante el icono de la Sagrada Familia con motivo del Día de la Familia, el 27 de octubre de 2013)
[1] Homilía del Papa Francisco del 27 de octubre del 2013
[2] Homilía del Papa Francisco del 27 de octubre del 2013