Queridos hermanos, como Iglesia estamos viviendo este hermoso tiempo de Pascua. Jesús, el Señor Resucitado, continúa dando signos de que vive, que su pasión, muerte y sepultura estaban en función de este extraordinario y misterioso acontecimiento en el que Cristo le ha dado un verdadero sentido al pecado, a la muerte y al mal y lo ha transformado en algo grande, totalmente nuevo, en algo lleno de plenitud, alegría y vida.
Nosotros, como cuerpo místico de Cristo también participamos de este misterio de la resurrección y es por eso que este tiempo nos debe llevar a profundizar más en esto que hemos recibido en nuestro Bautismo y que hemos renovado en la Vigilia Pascual: hemos sido incorporados a la muerte de Jesucristo y hemos sido sepultados con Él para que también en nosotros surja esa vida nueva que Cristo nos ha dado con su resurrección de entre los muertos.
Durante este tiempo la Palabra de Dios también nos invita a vivir esa vida nueva de Jesús Resucitado y precisamente este es objetivo principal de este artículo, resaltar algunos puntos importantes que la Sagrada Escritura nos presenta para vivir este tiempo de Pascua. Estos puntos están tomados del Evangelio de este Domingo III del Tiempo de Pascua (Lc 24, 35-48).
Jesús Resucitado, cuando se aparece a sus discípulos les dice: “La paz esté con ustedes” (v. 36). También les dice: “No teman, soy yo” (v. 38). Cuando Jesús se hace presente hay paz y confianza. La primera invitación que tenemos en este tiempo es la de experimentar la paz y la fortaleza que nos trae Jesús Resucitado. En nuestra vida vamos a experimentar situaciones de sufrimiento, de temor, de angustia o de tristeza, pero hoy nuevamente Él nos dice: “ten paz” “no tienes nada qué temer”. Démosle gracias, hermanos, al Señor que se hace presente en nuestra vida y nos trae la tranquilidad y la confianza. Podemos sentirnos como ovejas de su rebaño a quienes Él cuida, Él es el buen pastor que da la vida por las ovejas (cf. Jn 10, ).
Jesús les dijo a sus discípulos “Miren mis manos y mis pies. Soy yo en persona” (v. 39) y también Él tomó un trozo de pescado y lo comió delante de ellos (cf. v. 43). Los discípulos necesitaban convencerse de que el que se les apareció es Jesús mismo, el Señor. La segunda invitación para vivir este tiempo es sentir a Jesús cercano a nosotros, creer que Él es el Señor y contemplar los signos de que es verdadero Dios y verdadero hombre. Jesús, el Mesías, no es un Dios etéreo, desencarnado; es un Dios cercano, humano que comprende nuestra condición, que nos ama eternamente porque entiende nuestra realidad. Santa Teresa de Jesús también descubrió ese rostro humano de Cristo, incluso en lo más alto estados de su oración mística: “Yo solo podía pensar en Cristo como hombre” (V 9, 6).
Jesús también les explica a sus discípulos el sentido que tiene su muerte desde las Escrituras. Y también “les abrió el entendimiento para que comprendieran las Escrituras” (v. 45). Son las Escrituras las que iluminan el misterio de Cristo. La tercera invitación que este tiempo de Pascua nos hace es profundizar en el misterio de Cristo por medio de las Escrituras. Durante este tiempo Jesús quiere seguir iluminando nuestra vida por medio de su Palabra, Él nos ha abierto el entendimiento para que podamos comprenderla, debemos pedir al Espíritu Santo su asistencia para penetrar en ese misterio de Cristo. Nuevamente, el misterio de Cristo ilumina nuestra propia vida, ya que Jesús es el hombre perfecto, es el hombre en plenitud (GS n.22).
Finalmente, las apariciones de Jesús, las muestras de que está vivo y el derramamiento del Espíritu Santo sobre los discípulos tiene una finalidad: la de enviarlos a predicar el mensaje del Señor Resucitado, la necesidad de volverse a Dios para el perdón de los pecados (cf. vv. 46-47). Jesús los hace a ellos y también a nosotros testigos de su resurrección. La fuerza del Espíritu nos impulsa a hablar de lo que hemos visto, oído y vivido: la experiencia de Jesús. Esta es la invitación final que nos da la Palabra: que vayamos como enviados, que contagiemos a los demás la experiencia de Dios, que prediquemos el Evangelio de Jesús muerto, sepultado y resucitado.
Que estas invitaciones, hermanos, nos animen y nos lleven a vivir en nosotros la vida en plenitud del Señor Jesús. Y que podamos todos decir, con fe viva, esperanza alegre y corazón encendido de amor: “Verdaderamente ha resucitado el Señor”. Que así sea. Amén.
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