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Foto del escritorFray Nelson Murillo, ocd

LA FIESTA DE LA ASUNCIÓN, UNA LUZ QUE MARCA EL DESTINO ETERNO PARA LA HUMANIDAD

Hace algunos días, me encontré con un acontecimiento en el internet que me llamó la atención: un creador de contenidos para YouTube estaba entrevistando a un reconocido youtuber, con millones de seguidores. El presentador le hizo una pregunta acerca de cuál era su filosofía de vida y sobre qué era lo que pensaba respecto a la vida después de la muerte. Lo que me sorprendió no fue tanto la respuesta de índole existencialista que él daba, sino la cantidad de likes y los comentarios que realizaron la inmensa mayoría de sus seguidores, diciendo que opinaban lo mismo y que el tema religioso (sobre todo lo que enseña la Iglesia Católica en este tema) ya es una cuestión superada en la sociedad actual.


El peligro de no pensar en la eternidad


Este hecho me llevó a pensar en las personas creyentes, en los cristianos que vivimos inmersos en medio de esta realidad marcada por el individualismo y el materialismo. Individualismo porque cada quien vive la existencia sin preocuparse por los demás, cree en lo que subjetivamente juzga conveniente; y materialista porque mucha gente vive sin esperanzas, anclados y limitados a las cosas terrenales, a lo mundano, pensando que toda la existencia se remite a esta realidad temporal. En consecuencia, mi preocupación sobrevino en gran parte porque, muchos de esos comentarios eran de personas que se hacían llamar católicas, y que, según ellas, ahora que ya no lo eran experimentaban la “libertad” que no tenían antes. Y es que, esto mismo nos puede pasar a nosotros si no profundizamos y reflexionamos acerca de los contenidos de nuestra fe, en este caso, nuestro lugar en el plan de Dios, nuestro destino común después de la muerte.


Fortalecer la esperanza


Precisamente, la fiesta de la Asunción nos debe ayudar a nosotros los creyentes en primer lugar, a recuperar la esperanza en la vida eterna. Soy consciente que cuando se habla de la Asunción de María a los cielos surgen algunas dudas y cuestionamientos acerca de que, si la Virgen realmente murió, o sobre cómo fue la asunción a los cielos, etc. ¡Por favor!, no es importante detenernos en este tipo de elucubraciones, me parece que son aspectos muy secundarios y que más bien desvían la atención de lo esencial que nos presenta la Iglesia en esta celebración, es decir, aspirar a las realidades del cielo, siguiendo la enseñanza de Jesús: acumular tesoros en el cielo (Mt 6, 20).


Tdos sabemos de que si una persona quiere caminar rectamente por la vida, y que la misma vida tenga sentido en cuanto todo lo que realiza, es indispensable que la persona deba tener puesta siempre la mirada hacia una meta, un objetivo, de lo contrario terminará cediendo en su travesía por no tener claro el propósito que busca conquistar. De la misma manera funciona el camino de la fe. El apóstol San Pablo menciona algo que nos puede animar mucho, él indica que “dando al olvido lo que ya queda atrás, me lanzo en persecución de los que tengo delante; corro hacia la meta, hacia el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (cfr. Ef 3, 13-14). Entonces, hagamos una pequeña pausa y reflexionemos un poco, y preguntémonos: ¿cuál es mi meta principal en mi camino de fe? ¿qué tan a menudo pienso en mi propia muerte, en la vida eterna y en la resurrección? ¿celebrar la fiesta de la Asunción, me ayuda a fortalecer mi fe, es motivo de esperanza?


En María, Dios cumple la promesa de la resurrección


Si somos sinceros con nosotros mismos nos vamos a dar cuenta que es muy poco lo que reflexionamos acerca de estos temas que son esenciales, no solamente para el creyente, sino para toda persona, ya que la muerte representa la angustia más grande que experimenta el hombre. Sin embargo, existe una diferencia sin igual entre el que tiene fe como el que no la tiene, se trata de la esperanza que pone el creyente en la única persona que la ha derrotado, resucitando como primicia de los muertos (cfr. 1 Co 15, 20). Se trata de Cristo, el que resucitó. Por eso, María fue la primera criatura en experimentar esa primicia de los muertos del cual nos habla san Pablo. De ese modo, la Asunción de María nos recuerda que Dios nos llama a todos a este destino de gloria. Esa es una verdad fundamental de fe, es la realidad, es una certeza.


Y es que para nosotros, María no es un adorno, tampoco es un objeto de veneración sin sentido, mucho menos una diosa, como muchos señalan a los cristianos que la honramos y veneramos como Madre de Dios y Madre nuestra. Para nosotros, esta fiesta representa el triunfo y la conquista infinitamente más grande para toda la humanidad, ya que saber que una criatura como nosotros esté en la Vida plena en cuerpo y alma nos da esperanzas. Somos enteramente valiosos, la persona no se pierde con la muerte, no queda solamente en la memoria de unos seres queridos, en la memoria histórica, sino que está destinada a resucitar en cuerpo y alma. Esto nos demuestra que ante Dios somos tan valiosos que no es capaz de dejar nuestros cuerpos en la nada.


Este es un gran mensaje de esperanza para todos nosotros, porque la presencia de María “precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen Gentium, 68). Recordemos lo que muy bellamente nos dice san Pablo al respecto: somos ciudadanos del cielo (cfr. Fil 3, 20), allí está nuestra verdadera patria, este mundo apenas es el inicio de ese camino. Ahora bien, ¿cómo conquistar esa meta? El secreto está en el ejemplo que nos dio María con su vida: la humildad y el servicio a los demás.

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