Hoy domingo XXXIV del tiempo ordinario, celebramos la Solemnidad de Cristo Rey. Es la última semana del ciclo A en nuestra vida litúrgica. Estamos concluyendo otro año, donde se nos da la posibilidad una vez más de acoger la invitación que se nos hace a todos, para reflexionar y hacer un balance personal y comunitario al final de este año litúrgico.
¿Cómo hemos vivido nuestra fe?
¿Hemos sido coherentes en nuestra acción evangelizadora?
¿Hemos amado a los demás?
¿Cómo ha sido nuestra respuesta a los compromisos adquiridos al principio del año?
¿En nuestro camino de santificación personal, hemos dado una respuesta a la acción del Espíritu en lo más profundo del corazón?
Cristo siempre presente en medio de nosotros
Vivir el año litúrgico se nos presenta como un método para la renovación de la vida cristiana, combinando el trabajo de profundización personal con la dinámica de grupos.
Al finalizar este año, la fuerza vital, a nivel personal y comunitario, recoge esta hermosa realidad, "Cristo siempre presente en medio de nosotros", él nos permite esa renovación para redescubrir cada año la acción del Espíritu Santo en nuestro proceso de salvación.
La Iglesia nos pone en contacto con Cristo resucitado por medio de la celebración de todos sus misterios a lo largo del año:
El anuncio del ángel a María; el misterio de la Encarnación.
Su nacimiento. (Navidad)
El desarrollo de su vida y misión en la tierra, la cual vemos en los Evangelios de cada celebración eucaristica.
Su Pasión y muerte en la Cruz. (Cuaresma)
Su resurrección, que celebramos en el Triduo Pascual.
Aunque todas las fiestas no siguen un orden cronológico; el nacimiento, vida, muerte y resurrección de Jesús, es lo central en el año litúrgico.
El tiempo de Adviento es el inicio del año, y prepara su nacimiento. El tiempo de Navidad nos sumerge en el gran acontecimiento de un Dios que se hace humano. La Cuaresma es el tiempo fuerte, en que se nos concede la gracia de morir al pecado y resucitar a la vida de hijos de Dios, es camino a la Pascua. Todo nos lleva a contemplarle en su Pasión y Muerte. Durante el tiempo pascual la celebración de las solemnidades propias del tiempo conservan ese sentido cronológico en la vida de Jesús.
Su Reino será eterno
La última fiesta que celebramos antes de concluir el año litúrgico es la del Reino. Y el domingo siguiente, este año el 3 de diciembre, iniciamos un nuevo año en nuestra Iglesia, es el año nuevo litúrgico. Antes de iniciarlo celebramos lo más grande y hermoso de nuestra fe, el reinado de Dios, que no tiene fin. Sabemos que Dios y el Hijo son uno, en el misterio de la Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo son tres personas en un solo Dios.
Reflexionemos este gran misterio del reinado de Dios a la luz de la Palabra.
Será grande, y con razón lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios le dará el trono de David, su antepasado. Gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás. (Lc. 1, 32)
El himno de las I Vísperas que aparece en la Liturgia de las Horas (impreso en España en el año 1981 p. 444) habla de Jesucristo, Rey de las naciones, árbitro supremo, que reparte los cetros de la tierra.
Las antífonas que preceden a los salmos hablan de la firmeza de su reinado, "será llamado Rey de la paz, su trono se mantendrá eternamente, todos los soberanos lo temerán y se le someterán, le ha sido dado el poder real y su dominio, todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán para siempre".
¿Te has preguntado alguna vez, si el reinado de Cristo en esta tierra es algo evidente?
¿Has observado las diversas monarquías que existen en nuestro tiempo?
Sí, hay países que son gobernados por un rey o una reina, pero ¿cuánto dura ese reinado y cuales son sus frutos? El reinado de Dios no es como el de los seres humanos.
El reino de Dios no vendrá espectacularmente, ni anunciarán que está aquí o está allí, sino que el reino de Dios está dentro de nosotros, pues la palabra está cerca de nosotros, en los labios y en el corazón, sin duda cuando pedimos que venga el reino de Dios, lo que pedimos es que este reino de Dios, que está dentro de nosotros, salga afuera, produzca fruto y se vaya perfeccionando. (Liturgia de las Horas, Oficio de Lecturas)
En el Evangelio tenemos las parábolas del Reino, vamos al tercer discurso del evangelista Mateo. "Son siete parábolas que forman el discurso y cada una de ellas presenta un aspecto diferente del Reino de Dios. Hay que resumirlas para tener una idea de este Reino, misterioso y multiforme, que se va desarrollando en la historia, en medio de nosotros.
Jesús hablaba por medio de comparaciones usando la manera concreta de expresarse y de los trabajadores manuales. Este tipo de lenguaje es muy conveniente para dar enseñanzas morales, y los maestros religiosos del tiempo de Jesús hacían gran uso de comparaciones para que sus discípulos recordaran mejor su enseñanza". (Comentario del Evangelio de Mateo en la Bíblia de Latinoamérica)
El sembrador: Esta parábola representa a la Palabra que es sembrada en el corazón de todos nosotros por el Señor. Esa semilla necesariamente debe crecer y madurar, para que el Reino de Dios dé abundante fruto en la buena tierra donde la Palabra ha encontrado un corazón que la acoge, y en comunión con otros, el ciento, el sesenta y el treinta por uno de los frutos sean esa fecundidad asombrosa del amor de Dios. (Mt. 13, 1-9)
El trigo y la cizaña: La lucha diaria en la vida humana entre el bien y el mal. El pecado es una realidad que no podemos quitar como quisiéramos, pero cada día de nuestra vida debemos hacer un esfuerzo por el triunfo del amor. Jesús dijo que quien siembra la semilla del trigo es el Hijo del Hombre, el campo es el mundo, y la buena semilla son todos los que pertenecemos al Reino de Dios. (Mt. 13, 24-29)
El grano de mostaza: El Reino de los cielos es semejante a un grano de mostaza que un hombre siembra en su campo, cuando crece es el arbusto más grande del huerto, y las aves se refugian en su sombra. Esa semilla de mostaza es nuestra fe que crece y es capaz de transformar todo, cambia el mundo, primero mi propio mundo interior y luego mi entorno, donde se desarrolla mi vida. El reino de Dios es una señal, algo muy notable en lo pequeño. (Mt. 13, 31-32)
La levadura: Una mujer mete la levadura en la harina para que fermente la masa, la levadura desaparece. Es necesario esconder, enterrar la semilla del Reino para que pueda dar fruto. (Mt. 13, 33)
El tesoro y la perla fina: Estas son dos parábolas que tienen muchos puntos en común, parecen dos relatos diferentes, pero es uno, por su sentido. El tesoro escondido que es Dios, el cual todos tenemos el deseo de su búsqueda. A lo largo de nuestra vida vamos descubriendo su presencia. La perla que busca un mercader, y es capaz de vender todo lo que tiene, para comprarla cuando la encuentra. No nos quedamos quietos cuando sabemos que esa perla fina existe, o cuando sabemos que hay un tesoro escondido. Buscar, siempre buscar, el tesoro es Dios y la perla nuestra verdad y dignidad. Entre ellos hay un vínculo. Teresa dice que no es perdonable no saber, "quien somos". Esto es ignorancia, "gran bestialidad", decía ella. (Mt. 13, 44-45)
La red: El Reino es semejante a una red que se lanza al mar y coge peces de toda clase. La red es nuestra Iglesia, los peces somos todos sus hijos, muchos no logran descubrir la riqueza del Reino. Esta parábola nos invita a no extrañarnos de las limitaciones que existen dentro de nuestra Iglesia, su misión es acoger a todos. Nosotros somos los instrumentos en las manos del Señor para realizar la misión de la Iglesia. (Mt. 13, 47-50)
Es un encuentro
Teresa nos dice en las Moradas, que allí en lo profundo del alma pasan las cosas de mucho secreto, y este es el secreto del reinado de Jesucristo. Después del descubrimiento del tesoro escondido viene la tarea de saber conservar su belleza. La perla fina luce su belleza cuando es tallada, nuestra tarea es hacer brillar esa hermosura. Sin el ser humano Dios no puede brillar en el mundo, nuestro encuentro con Él hace posible que los secretos del Reino sean una evidencia para esa porción de peces que no ha logrado descubrirlo.
Tenemos en el Evangelio el ejemplo de la Samaritana, ella vivió el encuentro con el tesoro escondido, así se descubrió como una perla fina. (Jn. 4,4)
En la hora de la fuerza del sol ella buscaba esconderse de los demás, sale a buscar agua en una hora que nadie lo hace, se siente cómoda al saberse oculta, incluso de Dios. Es entonces cuando vive el encuentro a solas con Jesús, los dos tenían sed: Él, de almas, ella de la verdad.
La samaritana comienza un proceso, Teresa habla de querer tratar a solas con Dios, "un trato de amistad con quien sabemos nos ama". Es el proceso del diamante que se deja transformar para lucir su belleza. Esta mujer en el pozo de Jacob, es invitada a confiar de que ella es mucho más de lo que cree ser, y aceptar que lo que no podemos realizar nosotros, Dios lo puede hacer. Señor, ¿de dónde sacas esa agua viva? El pozo es hondo, tú no tienes con qué sacar el agua. ¿Tú eres más que Jacob, a quien Dios dio este pozo para dar de beber a sus hijos y sus animales?
La samaritana pide esa agua viva, y no huye de su propia verdad cuando Jesús le pregunta por su marido, ella responde que no tiene marido, aceptando humildemente su realidad. "Humildad es andar en verdad".
Jesús nos ofrece el agua de la vida a todos, estamos invitados a descubrirlo y transformarnos. La verdad nuestra a los ojos de Dios va mucho más allá de lo que nosotros podamos comprender de nuestra verdad. Dios se da a nosotros tal como somos, descubrirlo, contemplar su hermosura, gozar su amor gratuito, conocer su verdad, solo entonces el diamante comenzará a brillar.
El reinado de Jesucristo está en nuestros corazones, su trono permanece ahí para siempre. Nuestra alma es como esa princesa bellísima, vestida de perlas y brocado, ungida con aceite de júbilo, enjoyada con oro de Ofir. (Salmo 44)
Esa princesa que entra al palacio del Rey, palacio que es "solo de ella", y que desprende de sus auras un poema bello, y su lengua, como ágil pluma de escribano recita con pasión esos versos.
Hermanos y hermanas mías, celebremos con júbilo hoy, la solemnidad de Cristo Rey, hagámoslo en la intimidad del "encuentro", porque su reinado es eterno en esa soledad y silencio armonioso de una relación de amor y amistad con Él. Que su poder real y dominio nos transforme día a día, y que nosotros, como perlas finas irradiemos la belleza de su amor.
Referencias:
-Liturgia de las Horas, edición española, tomo IV
-Salmo 44 - Las nupcias del Rey
-Evangelio de San Mateo
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