LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR
La Iglesia celebra hoy la fiesta de La Presentación del Señor, acontecimiento del que habla el evangelista Lucas en el capítulo 2 (Lc 2: 22-40) . En Oriente, la celebración de esta fiesta se remonta al siglo IV y, desde el año 450, se denomina "Fiesta del Encuentro", porque Jesús "encuentra" el templo y sus sacerdotes, pero también a Simeón y Ana, figuras del pueblo de Dios. En Roma, con carácter litúrgico de Fiesta, se celebra desde el siglo V. Para recordar a Jesús "Luz de los Gentiles", con el tiempo, se agregó la bendición de las candelas y por eso se conoce también este día como de Candelaria.
Ahora veremos algunos detalles de aquel encuentro con unas pinceladas de modernidad:
ENCUENTRO, SALIDA Y CAMINO
"Cuando se cumplieron los días de la purificación de María, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarle al Señor, como está escrito en la Ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor»
En La Presentación, se concentra el encuentro, la salida y el camino. Estas palabras nos hacen pensar en el Sínodo, que es otra definición de la Iglesia: caminamos juntos. En ese camino la vida consagrada y los laicos forman parte del Pueblo de Dios, se hacen compañeros y aportan esperanza. Se trata de una larga mirada al futuro, hacia el Reino prometido.
No caminamos por caminar, sin rumbo o en un laberinto sin salida. La marcha de la Iglesia tiene una meta, un horizonte tras las huellas de Jesús, el Reino, y las personas consagradas nos lo recuerdan y lo señalan. Caminamos hacia el Padre, todos juntos, sin dejar atrás a los marginados, a los pequeños, a los pobres y necesitados, porque los incluimos en la Iglesia Samaritana.
La Navidad ya ha pasado hace 40 días; ahora estamos en el tiempo común de la Iglesia, y en medio de la cotidianidad reaparece la Sagrada Familia, y nos lleva de la mano hasta el templo, el lugar del cumplimiento, lugar de la presentación. Allí, el Niño en brazos de María se abre paso hasta el altar, pero nosotros, ¿tomamos conciencia de nuestra propia presentación delante del Señor? Al llegar a la celebración, ¿tenemos el tiempo y el momento propicio para presentarnos ante Dios o llegamos tarde a la celebración? Quizás nuestros momentos de oración son tan efímeros que no logramos ni siquiera adentrarnos en nuestro interior, o quizás ni siquiera llegamos al encuentro personal con Dios.
El encuentro que nos narra el Evangelio se da gracias a la salida que hace José y María con el niño Jesús de su cotidianidad: sale del hogar que los acoge y se ponen "en marcha" , "en camino" al templo. Atienden la llamada de la ley, los dos jóvenes salen presurosos al templo llamados por la ley, pero a su encuentro también salen Simeón y Ana, dos adultos, que movidos por el Espíritu salen al encuentro del Salvador. El entretejido de la ley y el Espíritu es lo que debe dar sentido y profundidad a nuestra vida. Nos lo dice el papa Francisco: “Sin una vida ordenada, incluso los carismas más grandes no dan fruto. Por otro lado, las mejores reglas no son suficientes sin la novedad del Espíritu: la ley y el Espíritu van juntos”.
Salgamos pronto de nuestra comodidad, de nuestra cotidianidad, para ponernos en camino, salgamos pronto para llegar al encuentro con Jesús. Caminemos juntos, seamos cristianos sinodales, participemos en la comunión y en la misión de la Iglesia, en la oración y en la Eucaristía, en la escucha de la palabra y del servicio.
LA OFRENDA
Llevaron “para ofrecer en sacrificio un par de tórtolas o dos pichones, conforme a lo que se dice en la Ley del Señor”.
¿Cuál es mi ofrenda ante Dios?, ¿Qué puedo ofrecer a aquel que me lo ha dado todo?
El Evangelio nos recuerda que la Sagrada Familia da la ofrenda del pobre, ofrece el mínimo establecido, un par de tórtolas por el rescate del Rey del Universo. Pero, este sacrificio es un anticipo de la ofrenda total de Jesús en la cruz. Y nosotros, ¿Qué ofrenda entregamos a aquel que nos lo ha dado todo, que se nos ha dado por entero? Recuerdo que, al buscar un regalo para los cumpleaños, se suele decir: “¿Qué le regalamos si tiene de todo?”
Dios es el dueño de la Creación entera. Pero, quiere tu ofrenda. La respuesta ante Dios es muy sencilla: Él no quiere más que tu entrega de amor. El mejor regalo eres tú mismo, tu ser completo, con fallos y aciertos, con pecado y dolor, con tibiezas y arrebatada emoción. En la alegría tu entrega amorosa y en el dolor tu entrega confiada, porque eres como la niña de sus ojos (Cfr. Zac. 2, 12). La mejor ofrenda es tu cotidiano vivir, como expresa la beata María Felicia de Jesús Sacramentado: “Todo te ofrezco Señor, todo cuanto hay en mí: las alegrías de mi alma, las agonías sin fin”.
Y nosotros, en nuestra cotidianidad, ¿somos ofrendas para nuestros hermanos?, ¿vivimos como obsequio, o somos mezquinos en nuestra entrega y servicio?
LA PACIENCIA TODO LO ALCANZA, SIMEÓN.
Aparece Simeón, en el templo. Toda su vida esperó y ejerció la paciencia del corazón. En la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad.
Caminando con paciencia, Simeón no se dejó desgastar por el paso del tiempo. Era un hombre ya cargado de años, y, sin embargo, la llama de su corazón seguía ardiendo; en su larga vida habrá sido a veces herido y decepcionado; pero no perdió la esperanza. Con paciencia, conservó la promesa, sin dejarse consumir por la amargura del tiempo pasado o por esa resignada melancolía que surge cuando se llega al ocaso de la vida. La esperanza se tradujo en él en la paciencia cotidiana de quien, a pesar de todo, permaneció vigilante, hasta que por fin “sus ojos vieron la salvación” (cf. Lc 2,30).[1]
Pero, ¿de dónde aprendió Simeón la paciencia?, esa paciencia que todo lo alcanza como nos dice la madre Teresa de Jesús en su poema. Sin temor a equívocos puedo asegurar que nace de la oración hecha vida; la oración es ejercicio de esperanza y de paciencia; en ella reconocemos al “Dios misericordioso y compasivo, lento para enojarse y rico en amor y fidelidad” (Ex 34,6); es el reconocer a Dios amoroso y el sabernos amados por Él el lugar donde nos ejercitamos en la paciencia, la fe y la esperanza. Pero no es una espera pasiva, sino activa, con acción, con entrega de amor.
En nuestro diario vivir, ¿cómo vivimos la paciencia? o, ¿qué es la paciencia para nosotros?, ¿será una mera tolerancia a las dificultades o resistencia fatalista a la adversidad?, ¿me tengo paciencia?, ¿soy paciente con los demás?
AL DIOS DE LA VIDA HAY QUE ENCONTRARLO CADA DÍA
“Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida. De lo contrario Jesús se convierte en un hermoso recuerdo del pasado. Pero cuando lo acogemos como el Señor de la vida, el centro de todo, el corazón palpitante de todas las cosas, entonces él vive y revive en nosotros”.[2]
La Presentación del Señor nos invita una vez más a salir al encuentro de Jesús, nos renueva la invitación de conocerle, amarle y seguirle. Se presenta ante nuestros ojos, una y otra vez cada día, cada instante, en cada hermano y cada situación que vivimos, y depende de nosotros reconocerlo, aceptarlo como Salvador; depende de nosotros salir cada día de nuestro propio ser y encontrarnos con Él en la oración, los Sacramentos y el anuncio fraterno del Reino.
En el día de La Presentación del Señor, encontrémonos con aquel Pequeño que viene cada día a nuestro encuentro, salgamos de nuestra comodidad y como Simeón vayamos a ver a La Salvación Encarnada. Llevemos nuestra ofrenda pobre, nuestra realidad, y alabemos a Dios que es misericordioso y cumple sus promesas. Dejémonos llevar por el Espíritu igual que el profeta, y que, junto a él, podamos decir “mis ojos vieron la salvación”.
Que cada día demos las ofrendas de los pobres "un par de tórtolas", pero hagámoslo entregándonos totalmente al Señor: con nuestros ojos ofrezcamos paz, perdón y alegría; con nuestras dos manos demos sosiego al afligido; con nuestros dos pies transitemos y acortemos las distancias que nos separan del hermano; con nuestros dos oídos seamos receptáculos de la voz de Dios y de los hermanos y esto lo hagamos siempre. ¡Bendecido día del encuentro!
Como Iglesia Sinodal que camina junta, nos unimos todos para orar por la jornada mundial Vida Consagrada que celebramos hoy.
OFRENDA
Cada despertar es una ofrenda,
una oblación, una alabanza
al amor, al servicio, a la entrega,
al sacrificio, a la misión, al perdón...
Cada segundo de tu vida, una entrega,
Una ofrenda pobre al Señor Altísimo,
Es consumir tu día en la luz de la vida,
en trabajo, en enseñanza, en amor...
Cada palpitar, es un grito de alegría
en aquel que es gozo y plenitud,
es manos que acarician, dan cercanía
al pobre, al desvalido; es derroche de amor.
Cada respiro tuyo es una brisa
del amor palpable, de salvación;
eres tú, querido hermano, querida hermana,
consagración de vida, de luz y amor.
Gracias a ti, por tu entrega y tu sacrificio,
gracias por tu vida hecha oración,
gracias por tu vida que se consume,
cual incienso agradable al Dios creador
S. Rosio Daza
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