Fomenta esta luz interior, ella calentará tu corazón y
dará fuerza a tus acciones. Para fomentarla medita…
Beato F. Palau, ocd
Quien se ha dispuesto a la meditación busca a Jesús como fruto de la experiencia de un encuentro. Dirá san Juan de la Cruz que hay mucho qué meditar, porque “en Cristo se va encontrando nuevas riquezas, aquí y allí”. Meditar, es pues, el inicio de un camino para alcanzar todas las riquezas de la plena inteligencia y conocimiento del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 1-5). Por eso, lo que busca la meditación teresiana, en sentido estricto, no es otra cosa, sino la unión con Él y en Él con el Padre por la fuerza del Espíritu que ora en nosotros.
A través de la meditación, por lo tanto, lo buscamos a Él y no a otro que no sea Él. No es otro el propósito, entonces, de la meditación cristiana-teresiana, que encontrar el tesoro escondido que es el Señor, por quien emprendemos una aventura de ir tras Él. ¡Pero cuidado! No nos referimos aquí a la meditación que procura aclarar confusiones y distorsiones, en la búsqueda de la armonía y de la paz interior. Aquí nos referimos a la búsqueda y el deseo del Dios de Jesús, en quien terminamos, eso sí, armonizándonos y encontrando la paz interior, y junto con ella, la construcción del Reino de paz y justicia a nivel exterior y estructural.
Desprendimiento y ofrecimiento
La meditación es un trabajo interior. Es un proceso de todos los días que requiere perseverancia y valentía. ¿Por qué valentía? Porque implica desprenderse de uno mismo, de lo cotidiano, de los demás. Es decir, se trata de un acto de ofrecimiento. Podría decirse, entonces, que la meditación es un combate espiritual por el que iniciamos un proceso de crecimiento. En este sentido, se debe hacer un esfuerzo por buscar espacios y momentos en medio del “bullicio” de todo tipo, que nos dificulta recoger nuestros sentidos dentro de sí.
Estamos rodeados de muchas formas de pensar en las que, la meditación, es una especie de “terapia” o tratamiento. Sin embargo, la meditación cristiana-teresiana, que aquí estamos reflexionando, tiene como propósito llevarnos a poner nuestra atención en el Señor Jesús: su encarnación, el misterio de la redención y el de la cruz. No se trata de realizar un repaso o lectura de un texto acerca de nuestro Señor, sino, en verdad, de hondas meditaciones sobre estos misterios porque, de este modo, esperamos comprender los designios de Dios sobre nosotros.
Llegamos en este punto a una verdad existencial que compartimos usted y yo: en nuestra experiencia de crecimiento en la fe, a veces guardamos cosas en el secreto del propio corazón para abordarlas mas detenidamente, en meditación profunda. Y así se va obrando el milagro, en el proceso de crecimiento espiritual, porque la meditación lleva a la persona a la unión con Dios; vamos tomando conciencia de lo que le agrada y así poniendo atención a lo interior “estarse amando al Amado”, se va forjando la amistad. Esto no debe olvidarse, la meditación no es un fin en sí mismo, sino el inicio de un camino.
Escucha desde el corazón
La meditación (oración mental), en perspectiva teresiana, es un modo de orar; y orar no es otra cosa al decir de Teresa de Jesús, sino “tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (V 8,5). Cuando leemos la Sagrada Escritura, nos damos cuenta de que el corazón es el punto donde el ser humano se encuentra con Dios. Escuchar desde el corazón significa que la persona es consciente, inteligente y libre. Este encuentro con el amado en el interior, es fuente de prudencia y conocimiento porque se “escucha” y “obedece” a Dios.
Es desde el corazón que surge la “entrega” en señal de conversión. Dirá el beato Francisco Palau y Quer, ocd (1811-1872) que “en el amor de Dios y del prójimo se consuma toda la obra de Dios en el corazón del hombre (…) yo me complazco en meditar esta grande obra” (Ct 38, 4). De este modo, es necesario ejercitarse en la salvación de los prójimos, haciendo por ellos obras de caridad: hacer el bien, no el mal; sobre este precepto es que se ha de meditar y practicar, recomienda el santo español carmelita.
Cuando meditamos, el Espíritu Santo obra en nosotros y nos sugiere consideraciones, sentimientos, virtudes y dones, por medio de los cuales somos una sola cosa con Dios, ¡todo por amor! Por otro lado, la meditación nos lleva a tomar conciencia de nuestra “extremada pequeñez” y entonces, en este ejercicio espiritual, “lo que agrada a Dios es que ame mi pequeñez y mi pobreza”, “Dios ve el corazón” (I S 12, 20)
De la meditación resultará, pues, el rumbo que ha de tomar nuestra oración. Somos seres racionales y emotivos, Dios nos ha dado “un corazón para pensar” (Si 17, 6b), un “corazón inteligente” (Dt 29,3) que dispone las ideas pues tiene “pensamientos” (Dn 2, 30); que es capaz de vida psíquica, interna y oculta a los demás pero no para Él.
Misterio del Amor
En la oración de meditación, es el ser humano quien, de manera activa, “muy a su trabajo”, dirá Teresa de Jesús, toma las riendas de la misma. Estamos en los primeros momentos de la vida de oración, por ello es conveniente que el corazón de principiante no pierda de vista a su Señor. San Juan de la Cruz dirá: “el estado y el ejercicio de principiantes es de meditar y hacer ejercicios discursivos con la imaginación (…) necesario le es al alma que se le dé materia para que medite y discurra, y le conviene que de suyo haga actos interiores y se aproveche del sabor y jugo sensitivo en las cosas espirituales, porque, cebando el apetito con sabor de las cosas espirituales, se desarraigue del sabor de las cosas sensuales y desfallezca a las cosas del siglo” (CB 3,32) Por eso, llegados a este momento del texto ¿qué tal si nos ponemos a meditar? Le propongo que meditemos juntos:
Frente a las situaciones de violencia a nivel mundial, a problemas de salud por la pandemia, a necesidades económicas, tome un momento para hacer una pausa; considere que vivimos momentos fuertes de cambios, de transformaciones pero hay algo que no pasa: Dios, él permanece, “no se muda”. Si medita en esto, verá que el Espíritu Santo que habita en nosotros nos conforta de múltiples formas.
Traigamos al frente de nuestra meditación este mundo materialista, que mide la calidad de vida de las personas por lo que tienen; eso sí, a veces es desesperante no tener ni lo básico, ver cómo otros tienen en exceso y hay tantos necesitados. Pero, medite: “quien a Dios tiene nada le falta”. Rugen tormentas y parece que nuestra barca ha perdido el timón, pero Él nos conduce, nos guía y alimenta mientras somos Iglesia peregrina de Dios; entonces, paciencia.
¡Cuántas cosas nos acongojan, cuántas nos turban, y vamos pensando de más en vano! Pero, medita, podemos elevar nuestro pensamiento, enfocarnos en el reinado de nuestro Señor. Es a Jesucristo a quien seguimos, nos afligimos pero no nos angustiamos, venga lo que venga.
Y ya a esta altura, se habrá dado cuenta que estamos siguiendo el texto de santa Teresa de Jesús “Nada te turbe”. Le invito a tenerlo a mano y a continuar con este ejercicio espiritual. Este poema es un tesoro de nuestra espiritualidad carmelitana, y nos sirve de "pre-texto", para la meditación.
Por cierto, la Santa nos previene: "llamo yo meditación al discurrir mucho con el entendimiento (…) es bueno discurrir un rato ... pero que no se vaya todo el tiempo en esto (...) porque la sustancia de la oración no está en pensar mucho, sino en amar mucho (...) y amar es complacer a Dios en todo". Entonces, ¿qué le parece si en próximas entregas profundizamos en este tema del camino de la oración?
Para finalizar, diremos que la meditación es útil. Consiste en preparar la tierra y quitar las piedras, para fomentar la apertura a Dios, la confianza en Él y amarle mejor. ¿Piensas en los beneficios que estás continuamente recibiendo de Dios? ¿los conoces? ¿los meditas? Te ha creado, te ha redimido, te ofrece su amor, su gracia y los dones del Espíritu Santo, te promete la gloria, te da la vida, la respiración y el movimiento y cuanto tienes de bueno. Quedemos de la mano de nuestra Hermana Mayor, la Cristiana Primera, María Madre, quien por su parte, “guardaba todas estas cosas en su corazón y meditaba acerca de ellas” (Lc 2, 19).
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