Cuaresma, un tiempo especial
- María Gloria
- 24 mar
- 6 Min. de lectura
Tiempo de reflexión, de ayunos y conversión. Si quisiéramos definir la cuaresma, cuyo significado primordial, son los cuarenta días desde el "miércoles de cenizas" hasta el "domingo de ramos", podemos decir que son esos cuarenta días de preparación espiritual para vivir la Pascua de Resurrección.

¿Cómo nos preparamos para vivir este tiempo?
Sin duda que todos deseamos vivir unos días de más reflexión, oración y silencio. Nos sentimos llamados a reconocer nuestras faltas y vivir la reconciliación con Dios y los hermanos, y somos invitados a elegir los caminos del Señor, y vivir en la luz de su amor.
En esta primera semana del tiempo litúrgico de la Cuaresma reflexionemos sobre la presencia de Jesús en nuestra vida, desde este aspecto de camino, luz y conversión. Hagámoslo desde esa verdadera expresión de búsqueda para el encuentro, un encuentro sostenido por la meditación de su Palabra, donde encontramos la fortaleza para superar todos los obstáculos de nuestro camino.
El pueblo de Israel, Moisés y Jesús en el desierto:
Moisés estuvo cuarenta días en el desierto, haciendo ayuno, antes de recibir las tablas de la ley: los diez mandamientos.
Jesús, después de ser bautizado por Juan en el río Jordán, se fue al desierto, donde estuvo cuarenta días y fue tentado por el diablo. (Lc. 1,2)
El pueblo de Israel estuvo cuarenta años caminando por el desierto, para llegar a la tierra prometida.

Desierto y tentaciones, donde Jesús es llevado por el Espíritu, y vive la prueba de las tentaciones: El pueblo elegido vivió también la experiencia de la tentación, pero en el desierto y la tentación, Dios se hace presente con su amparo y cobijo.
Jesús pasando por la prueba, demuestra ser el verdadero Adán del paraíso que no sucumbe ante la tentación del mal, que en definitiva es la oposición al plan de Dios. La criatura pegada a su Creador tiene la seguridad de que las fieras no le harán daño, vive en paz en su compañía.
Jesús recorrió los caminos de nuestro pueblo para darles una nueva dirección. En Él, nuestra Iglesia todos los años en el tiempo de Cuaresma nos invita a entrar en esa dirección.
Nuestra vida es un largo itinerario con muchas salidas y entradas, Jesús nos invita a salir de la esclavitud, a deshacernos de todo aquello que nos impide el encuentro con el amor del padre Dios. Cada día estamos escuchando el llamado a entrar en esa profunda libertad del corazón, y ser dueños de sí mismos, empoderados, capaces de la transformación que hace posible vivir en esa fidelidad a Dios.
Nuestros desiertos:
Recorrer esa dirección que siguió Jesús supone atravesar espacios áridos, con grandes dificultades para no dejarnos engañar en ese proceso de crecimiento en la fe. Cada uno de nosotros es una pequeña historia de salvación, que está inserta en la gran Historia de Salvación de toda la humanidad.
Tú, yo, todos nosotros tenemos nuestro propio recorrido por la vida de fe, y conocemos esa travesía personal por el desierto, con su consiguiente prueba o tentación, de un modo o de otro, y en momentos diferentes.

Debemos preguntarnos adónde nos lleva el Espíritu este año durante este tiempo privilegiado para los cristianos. Nos preparamos para vivir un misterio tan grande, que no cabe en una única celebración. El Espíritu nos lleva, y quizás debemos atravesar el desierto, para encontrar un espacio vital, nuevo, liberador, y reconocer nuestras fieras, o nuestros ángeles, pero con la certeza de la protección y el cobijo de Dios.
Como peregrinos:
Un canto propio de este tiempo nos hace preguntarnos como peregrinos de la vida: ¿Adónde vas? Si no sabes a dónde ir, peregrino, por un camino que va a morir. Si el desierto es un arenal, es el desierto de tu vivir. ¿Quién te guiará y acompañara?. Peregrino que a veces vas sin rumbo en tu caminar, que vas cansado de tanto andar, buscas fuentes para tu sed y un rincón para descansar. ¿Peregrinos sin un por qué, sin una luz? (Canto: Éxodo y Liberación)
No vamos solos, en esta posesión de Cristo, que es la Iglesia, caminamos juntos. Y en nuestra Liturgia celebrada cada día, la Palabra de Dios es nuestra luz.
Mientras dura esta peregrinación, nuestra vida no se ve libre de tentaciones. El primer domingo de Cuaresma reflexionamos sobre las tentaciones de Jesús, "en efecto Él tenía de nosotros, la condición humana, para sí mismo, y de sí mismo la salvación para nosotros". (San Agustín de Hipona)
En soledad o en comunidad la tentación nos acecha, todos los días en la oración que nos enseñó Jesús, le decimos al Padre: "No nos dejes caer en la tentación, líbranos del mal". No podemos negar que la tentación está a nuestra puerta. ¿La detectamos? ¿Cómo luchamos para no dejarnos vencer?
La mirada en el Hijo amado del Padre:
La Palabra de Dios nos conduce durante este tiempo de Cuaresma, nos hace fijar nuestra mirada en el Hijo amado y único del Padre, en aquel que desfigurado en la cruz, será transfigurado definitivamente en la gloria.
La meditación de la Palabra de Dios, los momentos de oración vividos en comunidad, la Eucaristía, el rezo del rosario, la súplica y alabanza, la contemplación de las maravillas de Dios, revelado en el Hijo, todo esto nos identifica con los mismos sentimientos de Cristo orante, que se abandona al Padre y su designio, y así deja penetrar en el mundo las fuerzas regeneradoras de su pasión, muerte y resurrección. Así Dios fecunda misteriosamente nuestra vida, nuestra historia, haciéndola historia de salvación.
Como un hijo pródigo:
La mirada en el Padre como hijos y en Jesús como hermanos, haciendo conciencia de esa maravillosa relación de Jesús, que habla de Dios como de un padre que ama y perdona sin requisitos ni condiciones. El hijo pródigo vuelve sin arrepentimiento, vuelve por necesidad... Dios no necesita nuestro arrepentimiento para perdonarnos, nos perdona porque nos ama y conoce nuestra fragilidad. Sí es necesario vivir el arrepentimiento porque nos acerca más a Dios, y caemos en la cuenta que debemos perdonar. La cuaresma es un tiempo óptimo para trabajar la espiritualidad del perdón, no solamente recibirlo sacramentalmente. Esto hace posible que lleguemos a parecernos un poco al Padre, pues el horizonte de nuestra vida es la fraternidad y la paz, Dios lo ha inscrito en el fondo de nuestro ser.
Hay que perdonar setenta veces siete, siempre. Eso no nace espontáneamente, hace falta un trabajo, un darnos cuenta. Nos dice nuestra santa madre Teresa, que la persona orante puede tener y de hecho tiene muchos fallos, pero este de no perdonar jamás lo ha visto. Toda comunidad está constituida sobre el cimiento del perdón. ¿Sientes que cada vez va siendo para ti más fácil el perdonar?
Un camino de encuentro:
Durante el tiempo de Cuaresma Jesús nos busca para hablarnos en espíritu y verdad. Nosotros somos hoy como esa mujer samaritana, que va con su cántaro en busca de agua, y se encuentra con el agua de la Vida, "un manantial inmenso del cual brota la eternidad". (Jn. 4, 14) El camino de Jesús y el nuestro tiene que pasar por ese encuentro en Samaría, para llegar a beber el agua que da la vida eterna. ¿Hay en mí una sed grande de ese manantial? ¿Qué debería hacer esta Cuaresma para alimentarla? Debemos hacernos esa pregunta que nos haría Jesús, qué a dónde llevamos nuestro cántaro, y qué clase de agua buscamos. Hay un pozo en nuestro camino, y ahí Él nos espera.

Nuestra hora en que Dios va a sellar una alianza nueva:
En nuestro viaje hacia la Jerusalén celestial, llegará esa hora en que Dios pone el sello de la alianza en el corazón, algunos quizás, ya han experimentado la belleza de este misterio de amor. Es misterio porque no lo podemos comprender con la razón, solo se vive desde la fe.
Hay una profecía de Jeremías que dice: la Hora en que Dios va a sellar una alianza nueva,, con todos sus hijos, "pondré mi ley en su interior, la escribiré en sus corazones". (Jer. 31, 33)
Esa hora... la de Jesús, que presentó la ofrenda de la nueva alianza con toda la verdad de su humanidad. Esa hora... su hora... la de su Pasión, donde anticipó su oblación en la cruz, dando a los discípulos el memorial de su sacrificio, el de la nueva y definitiva alianza, en el pan y el vino, roto y derramado.

Estamos en los tiempos de la Nueva Alianza, la Eucaristía es el lugar donde la actualizamos diariamente, en donde se nos da vivir esa comunión de vida con el Dios de las alianzas, Dios inmutable.
Pidámosle, que en el silencio de nuestra cela interior, silencio profundo, donde Él habita, encontremos la gracia para vivir la fidelidad, y podamos sumergir esa pequeñez de criaturas en la inmensidad de su amor. Con alma y espíritu contrito y humillado, cantando y exaltándole eternamente.
Referencias:
-Liturgia de las Horas
-Reflexiones de Cuaresma de la comunidad de la autora de este artículo.
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