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Foto del escritorBriggite Avila

CRISTO HIZO POSIBLE UN ASCENSO PARA NOSOTROS

Un deseo común entre nosotros es ganar un ascenso o algún tipo de reconocimiento, sea laboral, pastoral, académico, social, entre otros. Al reflexionar un poco acerca de la ascensión de Jesús, ésta nos puede remitir al deseo de cielo en el momento de nuestra pascua; sin embargo, la ascensión es una experiencia posible en la vida terrena, ya que en Cristo podemos superar siempre toda tristeza, sinsentido, impotencia, desesperanza, oscuridad, mediocridad, pecado, limitación, etc.


En Cristo descubrimos a un Padre, que nos permite alegrarnos en medio de toda adversidad, encontrar el propósito de vida, ver ríos en el desierto, posibilidades donde solo se vislumbran puertas cerradas, luz en la oscuridad, fortaleza en la debilidad, etc. La ascensión de Cristo es la oportunidad de poner la mirada en el Padre (Francisco, 2019), un Padre único, el Padre de Jesús, como bien lo describió Teresa:


Buen Padre os tenéis, que os da el buen Jesús. No se conozca aquí otro padre para tratar de él. Y procurad, hijas mías, ser tales que merezcáis regalaros con Él, y echaros en sus brazos. Ya sabéis que no os echará de sí, si sois buenas hijas. Pues ¿quién no procurará no perder tal Padre? (C.27,6).


El Padre de Jesús, nuestro Padre, no nos deja sumergidos en los sinsabores de la vida, siempre está dispuesto a subirnos de nivel, en cuanto nosotros también anhelemos ascender espiritualmente. En esta solemnidad de la Ascensión del Señor, somos invitados a anhelar este ascenso, una oportunidad que supera cualquier tipo de reconocimiento o ascenso terrenal.



¿Cuándo y por qué celebra la Iglesia este misterio?


Cuarenta días después de la Resurrección, se celebra la fiesta de la Ascensión del Señor, antiguamente se celebraba esta solemnidad junto con la de Pentecostés el mismo día, cincuenta días después de la Pascua, hasta el siglo IV aproximadamente.


La ascensión del Señor a los cielos representa la plena glorificación de Cristo, el triunfo definitivo de la vida sobre la muerte y la liberación total de cualquier forma de esclavitud. El Cristo elevado a los cielos es la imagen, la garantía y la promesa, de la rehabilitación absoluta del hombre y de la historia. Por eso, para las iglesias de la tradición siriaca, la forma más adecuada de clausurar el laetisimum spatium, la fiesta gozosa de los cincuenta días, es evocando el triunfo total y definitivo de Cristo al ser elevado a los cielos. También por eso el día cincuenta, al celebrar al Cristo elevado a los cielos, sella gozosamente la cincuentena. (Bernal. J. La Pascua en la tradición y en sus fuentes. Centro de Pastoral Litúrgica. 2012).


En el siglo IV comienza en algunos lugares, a celebrarse cuarenta días después de la resurrección. Existía una costumbre de ayunar cuatro veces al año: en navidad, cuaresma, ascensión y pentecostés. En el caso de la ascensión se tomaba como base el relato de Mt 9,15: Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán. En efecto, por la ascensión, Jesús ha desaparecido de entre los suyos. Por eso en muchas iglesias se consideró coherente, reiniciar el ayuno inmediatamente después de la Ascensión del Señor. (Bernal, 2012).


De alguna manera, esto representaba una interrupción anticipada de la cincuentena pascual y es por eso, que se interpreta que el anuncio de la venida del Espíritu Santo, realizada el día cincuenta, es la razón por la que se celebra la ascensión diez días antes.


Los números en la Biblia tienen un significado, en este caso el número 40 significa cambio, si bien el cuerpo de Cristo fue glorificado con la resurrección, “durante esos 40 días en que come y bebe familiarmente con sus discípulos, mientras les instruye sobre el reino de Dios, su gloria aún queda velada por los rasgos de una humanidad ordinaria (CIC 659)”. Él mismo le dice a María Magdalena en Juan 20,17: Vete a donde los hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios. Esto indica una diferencia de manifestación entre la gloria de Cristo resucitado y la de Cristo exaltado a la derecha del Padre (CIC 660); el número 40 sugiere entonces un cambio: la transición de una gloria a otra, de la resurrección a la exaltación.


Cristo no es solo resucitado, sino además exaltado, acontecimiento anunciado por el profeta Isaías, en el cuarto cántico del siervo sufriente: “Veréis a mi siervo prosperar; será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. (Is 52, 13)”. Así mismo San Pablo, en la carta a los Filipenses (2,9-11), dedica en un bello himno cristológico un reconocimiento a Jesús, quien por su abajamiento mereció ser enaltecido:


“Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es el SEÑOR para gloria de Dios Padre”.





Celebramos que Dios ha exaltado a su Hijo y le ha dado el máximo honor.

Profundicemos:


La palabra ascensión “se deriva del latín ascendere, que significa subir, dirigirse hacia arriba. (Lammarrone. G. Diccionario Teológico Enciclopédico. Verbo Divino.1995)”. De esta manera lo narra el libro de los Hechos:


En mi primer libro, Teófilo, escribí de todo lo que Jesús hizo y enseñó desde el comienzo hasta el día en que fue llevado al cielo, después de haber dado instrucciones a los apóstoles que había escogido, movido por el Espíritu Santo. Se les presentó él mismo después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles del reino de Dios.

Una vez que comían juntos, les ordenó que no se alejaran de Jerusalén, sino: «aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar, porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días».

Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo:

«Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino a Israel?».

Les dijo:

«No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y “hasta el confín de la tierra”».

Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Cuando miraban fijos al cielo, mientras él se iba marchando, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron:

«Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que ha sido tomado de entre vosotros y llevado al cielo, volverá como lo habéis visto marcharse al cielo».


Llevado al cielo, expresión que Lucas repite dos veces y añade otra: “elevado al cielo”, subir es ascender, llegar a lo alto. Después de abajarse, el Padre no deja a Cristo humillado y avergonzado, además de resucitarlo, lo ha exaltado a la vista de la humanidad entera, le ha dado su diestra.


¿De qué se trata la diestra del Padre?


La recitamos en el credo, es el máximo honor, la exaltación de Cristo a la máxima soberanía, como lo afirma la carta a los Efesios (1,20-21): “Dios desplegó esta fuerza en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su diestra en los cielos, por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre, no solo en este mundo, sino también en el venidero”…


La diestra del Padre indica la máxima soberanía, ya que todo está sometido a él, quien antes fue sometido a la más grande humillación de la cruz, ahora está por encima de toda potestad en la tierra y en el cielo. Su nombre ahora es poderoso y en su nombre se proclama el reino de Dios: Así está escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se proclamará la conversión para el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén. (Lc 24, 46-47)


El reino de Dios ahora es atestiguado por los apóstoles y es un reino que no tendrá fin, se cumple este anuncio dado por los profetas. Además este acontecimiento de exaltación, genera en los discípulos una gran alegría que los mueve a vivir alabando a Dios: “Ellos se postraron ante él y se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios. (Lc 24, 52-53).


¿Qué nos enseña la ascensión?


  • Que tú y yo somos partícipes de ella, ya que Dios Padre es garantía del futuro, esperanza, no deja a sus hijos avergonzados, él nos reconoce.

  • El proyecto del reino es una realidad- es el triunfo del bien sobre el mal.

  • Nos reafirma en la vocación de testigos-sentido, propósito de vida

  • Nos recuerda que somos invitados a permanecer en la alegría de la alabanza, ella transforma nuestra existencia.

La ascensión del Señor nos trae un mensaje de esperanza, a semejanza de Cristo nosotros también tenemos reservada una morada en el cielo, nuestra vida está garantizada en el presente y en el futuro, hay un ascenso para nosotros, precisamente Teresita, nos propone ese camino de semejanza a Cristo:


Yo quisiera también encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, pues soy demasiado pequeña para subir la dura escalera de la perfección. Entonces busqué en los Libros Sagrados algún indicio del ascensor, objeto de mi deseo, y leí estas palabras salidas de la boca de Sabiduría eterna: El que sea pequeñito, que venga a mí.


Y entonces fui, adivinando que había encontrado lo que buscaba. Y queriendo saber, Dios mío, lo que harías con el que pequeñito que responda a tu llamada, continué mi búsqueda, y he aquí lo que encontré: Como una madre acaricia a su hijo, así os consolaré yo; os llevaré en mis brazos y sobre mis rodillas os meceré.


¡El ascensor que ha de elevarme hasta el cielo son tus brazos, Jesús! Y para eso, no necesito crecer; al contrario, tengo que seguir siendo pequeña, tengo que empequeñecerme más y más. (El Ascensor divino, prueba de fe, manuscrito C).


El camino hacia la cruz aunque parece humillante, es un camino de ascenso, Cristo fue el primero en abajarse, en hacerse el más pequeño por causa del amor y de esta manera logró llegar a la cima más alta, al amor supremo, no solo fue glorificado en la resurrección, sino también exaltado y así su reino se inauguró por siempre.


Somos invitados hoy a seguir esa kénosis, camino del amor que desciende, hacernos pequeños para poder subir por el ascensor directo al cielo, vivir aquí la eternidad desde la relación con los demás, desde el servicio, encontrando nuestro cielo, realidad en la que el Padre garantiza nuestro presente y futuro, es decir nuestra felicidad, confiados en que pase lo que pase, el Padre no nos dejará humillados y que Cristo aguarda nuestra eternidad. Así lo descubrió Teresita en su propia experiencia.


La exaltación de Cristo pone nuestra mirada en el cielo; los místicos nos enseñan que el cielo está en nosotros porque Dios nos habita, es por ello que, como cristianos creyentes en esta solemnidad tomamos consciencia, de que la instauración del Reino de Dios comienza en el corazón de cada persona.


Ahora ese reino es una realidad en los discípulos, que han experimentado el perdón de los pecados y la liberación de todo tipo de esclavitud, tú y yo somos también parte de ese grupo de testigos de las grandezas del Señor en nuestra vida. Testigo es quien reconoce que ha sido liberado de toda esclavitud y desde su experiencia sigue anunciando en el nombre de Jesús, el amor verdadero, la conversión y el perdón de los pecados, para seguir haciendo realidad en otros el reinado de Dios.


“Los sacó hasta cerca de Betania y alzando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén llenos de alegría. Y estaban siempre en el templo alabando a Dios”. (Lc 24, 52-53).


¿Y ahora qué sigue?


Alegrarse y permanecer en una eterna alabanza. En la ascensión de Jesús, se devela un Padre bondadoso, que nunca pasó por alto la humillación de su Hijo, ahora su exaltación es motivo de alegría, el evangelio presenta a los discípulos llenos de alegría y en la presencia de Dios (Templo).


Dos elementos importantes: Jerusalén es el lugar de la pasión, de la subida al monte calvario, a la cruz, lugar de la gloria, de prueba; ahora los discípulos son capaces de regresar allí llenos de alegría, regresar es ascender espiritualmente, dando testimonio. El Templo es el lugar de encuentro con Dios, nuestro interior es el Templo, allí se permanece constantemente en una actitud de alabanza.





¿Qué es alabanza?


Santa Isabel de la Trinidad citando a San Pablo, nos enseña en primer lugar que la alabanza, es el propósito para el cual fuimos creados: *Hemos sido predestinados por un decreto de Aquél que obra todas las cosas según el consejo de su voluntad, para que seamos la alabanza de su gloria (Ef. 1, 1112). Y añade:


  • Vivir la vida de Dios.

  • Morar en Dios y amarle sin interés: Una alabanza de gloria es un alma que mora en Dios, que le ama con un amor puro y desinteresado, sin buscarse en la dulzura de este amor; que le ama por encima de sus dones, incluso cuando no hubiera recibido nada de Él; que sólo desea el bien del objeto así amado.

  • Es un alma de silencio, que permanece como una lira bajo el toque misterioso del Espíritu Santo, para que Él arranque de ella armonías divinas.

  • Es un alma que mira fijamente a Dios en la fe y en la simplicidad.

  • Un ser que siempre permanece en actitud de acción de gracias.





"En el cielo" cada alma es una alabanza de gloria del Padre, del Verbo y del Espíritu Santo, porque cada alma está establecida en el puro amor y "no vive más de su propia vida, sino de la vida de Dios". (El Cielo en la Fe 41-43).


Conclusiones


  • La Ascensión de Jesús nos lleva a mirar al Padre para reconocerlo, una vez más Jesús nos muestra al Padre, aquél que no olvida a sus hijos y que siempre está dispuesto a levantarnos y lo muestra claramente exaltando en su diestra al Hijo Amado.


  • La Ascensión del Señor reconduce nuestra historia, nos pone en ascenso espiritual, en la dinámica de la pequeñez, para que desde aquí, gocemos del cielo en la relación con los demás, en el servicio fraterno, dando testimonio de lo que hace el Señor en nuestra vida y así continuemos viviendo, pero con sentido.


  • Participamos del misterio de la Ascensión dando testimonio y permaneciendo alegres, en una constante alabanza interior, haciendo de ella una actitud de vida, capaz de transformarnos en todas las realidades.



La música es una manera de expresar la alabanza, te invitamos a orar con esta canción:






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